«Algunas veces vuelo, y otras veces me arrastro demasiado a ras del suelo», cantaba Sabina. Cualquiera se ha sentido así alguna vez en este atribulado mundo. Pues quiero confesar que yo, que pocas veces vuelo, lo he hecho hoy, y ayer, y antes de ayer. Probablemente seguiré volando muchos días. Y no es un subidón tonto; es puro orgullo.

Quince autobuses salieron, llenos de zahineros y zahineras a manifestarse en Mérida el pasado 21 de marzo : jubilados, jubiladas, hombres, mujeres, adolescentes, niños… Prácticamente, todo el que pudo manifestar su disconformidad con la política de la Junta en torno al asunto de la mina de uranio, estuvo allí. Cerramos tiendas, empresas, molinos, hornos, echaremos los candados en los campos, encerramos al ganado en las majadas. Nos pusimos las camisetas. Cogimos pancartas. Gritamos en silencio. Y dejamos atrás a nuestras calles también llenas de pancartas amarillas; a nuestros cachitos de dignidad en forma de pegatina en los coches y los camiones. A nuestras bellotas, cigüeñas y encinas de fieltro, que recuerdan lo importante de nuestra lucha. Todo lo mucho que podemos perder si nos dormimos en los laureles.

Pero eso puede pasar en otros lugares. No en Zahínos.

Zahínos, guardián de la dehesa, siempre ha dormido como los cárabos del monte: con un ojo abierto y otro cerrado. Y en esta ocasión, desde que hemos sabido que nos querían desbancar la vida, ya no dormimos: soñamos despiertos. Soñamos con dejar a nuestros descendientes el ecosistema privilegiado que poseemos y, como la idiosincrasia Zahinera es tan especial, también soñamos con tirarnos al monte, cual bandoleros ecologistas, a salvar a las tierras de las Cabras, o son las Cabras las que sueñan con tirarnos al monte, qué sé yo...

A decir verdad, no es la primera vez que las Cabras nos tiran al monte. Ya en los años noventa, salimos a las calles pidiendo que, las susodichas fincas, fueran para quien tanto las había ordeñado con sus encallecidas manos. Recuerdo aquella tarde en la que, todos los zahineros escuchamos con los ojos como platos el incendiario discurso del senador Santiago Lavado en la puerta del ayuntamiento, y la repercusión a nivel nacional que tuvieron aquellas palabras. Lo importante del caso fue que, entre todos, conseguimos que las Cabras volvieran al pueblo.

Treinta años después, otra vez tenemos a las Cabras saltando de despacho en despacho, y otra vez nos vemos en la necesidad de salir, los Zahineros, en masa a buscarlas al monte de los sordos. Y a mí, como hija de estas tierras, me emociona saberme parte de un pueblo tan entregado, tan valiente y tan digno, que se zafa de las leyes injustas con la osadía del que cuenta con las razones más contundentes: el amor a su hermosa tierra. Del que sabe, que su riqueza no está en una cuenta con muchos ceros, sino en pasear por un campo sin alambradas. Del que es afortunado escuchando el palpitar de la vida que comienza cada primavera, en una dehesa sin simas con la cara del infierno asomando entre árboles muertos.

No a la mina de uranio.