El sano orgullo que todos los cacereños sentimos por la belleza variopinta de nuestra ciudad, merecedora de menciones y distinciones desde hace muchas décadas --dentro y fuera de España-- no nos autoriza a disfrazarla, remodelarla o a añadir "tramoyas" más o menos teatrales, para sorprender a turistas y visitantes con bambalinas y alharacas que no le son ni le fueron propias en el pasado. Pues ya sus simples rincones históricos y la autenticidad originaria de su estructura como vieja ciudad multicultural la hacen irrepetible, sin necesidad de nuevas adiciones, como ocurrió en el pasado siglo XX.

Hoy, muchos de estos "pastiches" ya han quedado empastados e integrados en el conjunto de su paisaje urbano; hasta el punto de que muchos viejos cacereños ya no sabrían distinguir lo auténtico de lo falso; pero, para mayor seguridad en su "marchamo" artístico, es dejar que el tiempo --como lo hizo en el pasado-- sea el único autorizado a cambiar los ángulos y recovecos del acendrado y verdadero patrimonio cacereño.

Entusiasmado, quizá, por su desmedido afán "historicista", un curioso y ostentoso alcalde de nuestro municipio, allá por los años 60 del pasado siglo --cuando los ediles no eran elegidos, sino "entronizados" en los ayuntamientos, como Jefes Locales del Movimiento-- emprendió toda una serie de reformas, cambios y ornamentaciones escénicas, que diesen al casco antiguo cacereño un nuevo aire --más medieval, señorial o feudal-- de lo que entonces mostraba en su abandono y desidia. Pues, hasta ese momento, la verdad es que los ayuntamientos precedentes habían dejado sin la más mínima atención ni cuidado a aquel sector viejo y ruinoso de la ciudad, sucio y abandonado, compuesto de corralones y palacios arruinados, que tenía muy escaso atractivo para fijar en él su residencia. Incluso, a comienzos de aquella centuria, se propuso al pleno municipal demoler parte de las murallas, con la Torre de Bujaco, y hacer una calle ancha y despejada, con nuevos edificios, que unieran la plaza de la Constitución (plaza Mayor) con las vías o carreteras que llegaban a Fuente Concejo a través del "casco" viejo.

XFINALMENTEx, a iniciativa de la Comisión Provincial de Monumentos, que estaba constituida por personalidades como Publio Hurtado , Juan Sanguino , Miguel A. Orti , Gabriel Llabrés y otros notables pensadores y escritores, fue declarado Cáceres como "Conjunto de Interés Nacional", en el Decreto de 1930; y "Monumento Histórico Artístico", en julio de 1931, por el primer gobierno de la República; aunque no fueron éstas iniciativas suficientes para promover un proceso de rehabilitación y conservación de sus excelencias arquitectónicas, ni hubo oportunidad de hacerlo en los ruidosos períodos históricos que siguieron a estas secuencias.

Los decretos antes mencionados detuvieron este "arrasamiento" de la Ciudad Monumental, pero no su dejadez y olvido. Nuevas urbanizaciones y nuevas barriadas crecían a su alrededor en los años 50, mientras el núcleo histórico se deterioraba y perdía lucidez. El caso fue que el nuevo alcalde, de origen santanderino, aunque su residencia habitual fuera Madrid, adquirió una espléndida casa en el casco monumental --en la calle Ancha, junto a la Puerta de Mérida-- la reformó al gusto y forma del siglo XVI, y vino ya con frecuencia a residir y permanecer en su domicilio cacereño, para atender sus responsabilidades como primera autoridad concejil y para emprender una profunda y brillante remodelación del casco histórico, para darle mayor prestancia y valor.

Aunque hoy, en su conjunto, debamos felicitar a don Alfonso por la totalidad de sus reformas, debemos resaltar también que su "cacereñismo a ultranza" --aunque nacido en Cantabria-- no le autorizaba a inventarse un Foro de los Balbos, que nunca existió en el viejo Cáceres. Una plaza de San Jorge, que tampoco responde a la histórica Ciudad Monumental. Una Torre adosada al Palacio de Hernando de Ovando, en la misma plaza de Santa María, que se sale claramente del contexto. Un Callejón de Don Alvaro y otro Del Gallo, que no se corresponden con la evolución histórica. Volver a levantar la torre de los Golfines de Arriba --"desmochada" por orden de la Reina Católica-- es una falta de respeto a la Historia; aunque ya se puede perdonar. Y el traslado y ensamblaje de las fachadas del Seminario Galarza en varios edificios oficiales de la Ciudad Monumental, casi está ya olvidado y perdonado. Procuremos desde hoy, conservar, pero no desnaturalizar lo que nos dejaron nuestros antecesores. Que Cáceres no sea una "Ciudad medieval construida en el siglo XX".