Cáceres terminó ayer su carrera hacia la Capitalidad Cultural del 2016. Un trabajo que comenzó hace siete años, que logró reunir tras esa aspiración a miles de personas de todos los ámbitos y de todas las latitudes de la región, acabó ayer, a las 17.40 de la tarde, cuando el presidente del jurado, el alemán Manfred Gaulhafer, nombró las seis ciudades finalistas en la carrera y entre ellas no estaba Cáceres.

Ahora lo más fácil es quejarse; de hecho, inmediatamente la página web de este periódico se llenó de comentarios, amargos muchos, otros agrios cuando no un punto más allá de lo áspero, lamentándose de nuestra triste suerte. Era la expresión de la frustración. Pocos comentarios había que destacaran que el camino recorrido por Cáceres hasta llegar a la tarde de ayer había merecido la pena a pesar del resultado final. Y, sin embargo, así ha sido: ha merecido la pena el esfuerzo; la frustración no puede empañarlo. Aunque, como es lógico y obligado, haya que analizar con prontitud y con detalle en qué se ha fallado --y se ha fallado, aquí no puede haber paños calientes porque no estar en el grupo de seis de un total de quince es una derrota sin paliativos para una ciudad que se comprometió con el 2016 desde primera hora--, es lo cierto que la aspiración por la Capitalidad Cultural ha dado a Cáceres obras y actuaciones que la mejoran sustancialmente y, además, le ha dado a esta ciudad --y aun a Extremadura-- un pretexto para compartir un proyecto. Y eso en Extremadura, una tierra tan propensa a la queja, a la amargura, al desánimo, al desestimiento, al individualismo, y tan refractaria a compartir fuerzas, ha sido una espléndida oportunidad de cooperación que no se debería desaprovechar.

Con un mínimo de perspectiva histórica, la candidatura del 2016 no puede ser vista de otro modo que como un ejemplo que ha dado la sociedad extremeña en el que desterró los tan arraigados localismo y provincialismo, y en el que todos los municipios de la región, con independencia de su enclave y del color político de su ayuntamiento y todas sus instituciones políticas y ciudadanas, se reconocieron en Cáceres y proyectaron en esta ciudad su convencimiento de que forman parte de una tierra que puede ser con toda dignidad el estandarte de la cultura europea. Ese ejemplo de unidad que ha habido tras la capital cacereña es en el fondo uno de los mejores ejemplos de modernidad que ha dado la región, y es ese rescoldo el que debería mantenerse vivo por encima del revés sufrido ayer en Madrid.

Se ha roto la ilusión: la Capitalidad Europea de la Cultura en el 2016 está ya fuera del alcance de Cáceres y de Extremadura, pero dentro de su alcance sigue estando hacer del camino recorrido la oportunidad de perseverar en la cooperación, en los proyectos unitarios, en los retos compartidos, las señas de identidad de las sociedades desarrolladas.