WLw a detención en la madrugada de ayer en Cauterets (localidad situada en el sur de Francia, en plenos Pirineos) de Mikel Garikoitz Aspiazu, alias Txeroki, que está considerado en medios policiales como el máximo responsable de ETA, sugiere de nuevo que la banda terrorista se encuentra cada vez más debilitada, aunque al mismo tiempo mantiene su conocida capacidad de regeneración. Así lo han demostrado los últimos acontecimientos: a las pocas horas de conocerse la caída de Txeroki y de Leire López Zurutuza se anunciaba ya que Aitzol Iriondo es el nuevo número uno en el siniestro organigrama etarra.

Sin embargo, la creciente eficacia policial, fruto por una parte de la estrecha colaboración entre las policías de Francia y España y por otra del uso eficaz de las nuevas tecnologías en las investigaciones, hace que cada vez las cúpulas de ETA sean más efímeras, lo que sin duda redunda en problemas de operatividad para los comandos.

Txeroki, que ascendió a la dirección etarra en el año 2004, cuando fueron detenidos Mikel Antza y Soledad Iparaguirre, considerada su ´tutora´, es el clásico ejemplo de lo que es la nueva ETA, esa organización que recluta a los elementos más violentos de la llamada lucha callejera, unos jóvenes que luego, todavía muy verdes, pasarán a Francia para integrarse en comandos armados. Son terroristas nacidos en la democracia y sin cultura política alguna, pero tal vez, y precisamente por eso, más fanáticos que sus antecesores e incapaces de hacer un análisis de la realidad fuera de sus cortos parámetros fundamentalistas. Son también, como ahora se ha sabido, los más opuestos a cualquier solución dialogada. De hecho, Pérez Rubalcaba, el titular del Ministerio del Interior, piensa que fue Txeroki quien ordenó el atentado de la terminal 4 de Barajas que puso el trágico cierre al intento de final negociado del terrorismo etarra intentado por el primer Gobierno de Rodríguez Zapatero. El del etarra detenido ayer, y al que se le atribuyen los asesinatos del juez Lidón y de los dos guardias civiles en Capbreton, es un caso más de la fatídica historia de ETA en la que cada vez que se produce una fractura interna siempre son los más radicales, los más violentos, los más sanguinarios, quienes acaban imponiendo su estrategia y arrastrando tras de sí al conjunto de la banda.

La importancia de la operación de la policía de ayer, ejemplo de cooperación entre el CNI, la Guardia Civil y Francia, es incuestionable. Así lo expresaron tanto el presidente del Gobierno como el ministro Rubalcaba. Es un éxito que, sin embargo, no debe abrir las puertas del triunfalismo por muy necesitada que esté la sociedad española de ver que el largo túnel del terrorismo vasco llega a su fin. ETA, hay que recordarlo siempre, está débil pero conserva su capacidad de causar dolor, como demostró con el coche bomba colocado en la Universidad de Navarra el pasado 30 de octubre, un atentado exprés y que respondía a las detenciones de activistas apenas doce horas antes.

Desbaratada cualquier posibilidad de diálogo, solo cabe ahora confiar en la acción policial y en la templanza democrática de la sociedad como únicos caminos para acabar con la pesadilla.