Evolucionar para sobrevivir, ese ha sido el esfuerzo de la industria de la cultura durante los últimos años. La llegada de internet significó su particular meteorito. Llegó, impactó y desestabilizó la producción y la distribución de la industria creativa, especialmente aquella que podía ser digitalizada. La piratería sumió en la precariedad a amplios sectores, especialmente a los más débiles: los autores. Pero la tendencia se revierte. Parece que la cultura, al menos parte de ella, ha sabido encontrar su particular modo de adaptación. Una macroencuesta del Ministerio de Cultura señala que, desde 2015, las descargas ilegales de música han descendido del 18,3% al 5,1% y las de vídeos, del 16,1% al 3,7%. Si bien la mayor conciencia social y el refuerzo en la persecución de este hábito fraudulento han tenido algo que ver en la caída de la piratería, la mayor oferta legal de contenidos culturales por Internet ha contribuido a su descenso.

El fenómeno de las plataformas es especialmente interesante, ya que ha revertido lo que parecía imposible: el consumidor de internet sí está a dispuesto a pagar por los contenidos. Es cierto que de un modo distinto a la irrupción de la red, pero al menos se ha roto el binomio internet/gratuidad. La gran calidad y la amplísima variedad de los contenidos han conseguido captar y fidelizar a los usuarios. Sin embargo, el descenso de la piratería no ha llegado a todos los sectores. La recesión es menor en los libros y solo pasa del 2,5% al 2,1%. Los datos del mundo editorial son especialmente preocupantes y conminan a la Administración a redoblar su esfuerzo contra la piratería, pero también al sector editorial a buscar nuevas fórmulas que le permitan encontrar su particular modo de adaptación.