TQtuién le iba a decir al antiguo Egipto que sería sometido a la voluntad de Roma! Y todo quedaría reducido a la servidumbre bajo la infiltración de pueblos germánicos, divididos en reinos con centenares de años de dominación poderosa. Pero también cambiaría su signo, cuando desde los ardientes desiertos de Arabia y el norte africano otras nuevas tribus se instalaran por todo el Mediterráneo, culminando la carrera de poderes durante nuestra Edad Media. Uno tras otro fue cayendo. Y hasta nosotros tuvimos nuestro tiempo de esplendor, saltando los mares y dominando a otros grandes imperios de ultramar, que también habían señoreado, sometido, maltratado a pueblos asentados con anterioridad, y de los que contaban con su enemistad reprimida.

Nosotros también veríamos el oscuro destino de la decadencia, en tanto nuevos grupos se alzaban con la gloria del mando y la impiedad. ¡Oh!, la gloria efímera de Francia en el XIX, de Alemania a principios del XX... Quedarían luego las cenizas, como testigos de la vaciedad. Y vendrían, altaneros, Estados Unidos, a los que ayudamos franceses y españoles a independizarse de Inglaterra, imponiendo su capricho, bajo la frágil capa de la fraternidad pregonada con débiles contenidos que utilizaron como cebo. La rivalidad con las potentes repúblicas socialistas soviéticas y con China se consiguieron compaginar, pero otros nuevos pueblos se alzan contra ellos, en especial con lo que fueron los dos últimos imperios, aún vigentes, EEUU y Rusia. Las dentelladas del terror, que a todos nos afligen, son síntomas que en la historia conocemos y que anuncian la caída de los poderosos.

Todos al final van cayendo, vamos cayendo, y dejamos atrás el rastro sangriento de nuestro paso altivo, cruel y repetido.

*Historiador y portavoz del PSOE enel Ayuntamiento de Badajoz