La endiablada cadena del fútbol siempre se rompe por el eslabón más débil, que acostumbra a ser el del entrenador, aunque en el caso de Bernd Schuster cabe hablar de una premeditada provocación, prolongada durante meses con el objetivo final de un millonario finiquito. En la temporada y media transcurrida, el técnico germano ha parecido interpretar un planificado ´crescendo´ hacia el despido, multiplicando las provocaciones a sus dirigentes hasta rayar en lo grotesco del pasado domingo, cuando apuntó a la imposibilidad de vencer en el Camp Nou este sábado, conociendo a la perfección que esa declaración infantiloide provocaría la reacción visceral de Mijatovic.

El despido de Schuster cabe atribuirlo, por tanto y en primer lugar, a su propia voluntad, ansioso como estaba por librarse de un cargo en el que nunca se sintió a gusto. Pero también, y muy especialmente, a la voracidad cainita de un vestuario que engulle técnicos sin piedad. El Madrid de hoy se sostiene solo en la épica contagiosa de Raúl, en especial ahora que Ramón Calderón ha nombrado auditores de cuentas a sus radicales ultras. Aturdido anímicamente, el club ha entrado en una caída libre de la que no se advierte el final, incluso aunque sobre el césped continúe siendo un rival de la máxima consideración.