TCtuando uno se acerca a un cajero para sacar dinero, tal vez esté franqueando con la tarjeta de crédito, la puerta a unos hábiles y especializados cacos que, lejos del escenario del crimen y con una impunidad que esperamos no sea absoluta, le pueden dejar la cuenta corriente tiritando.

Los bancos tienen sobrada desenvoltura para cobrarnos comisiones por la más inocente operación o apuntes en la cuenta, pero no parece, a juzgar por la alarma que estos días sufrimos los cacereños, que todos tengan la misma diligencia para blindar los cajeros y ofrecer la mejor garantía a sus clientes.

A pesar de que el ciudadano, el muy inocente, siempre ha creído que en el banco nadie le robaría, los cacos --última generación-- le han demostrado que estaba equivocado, porque pueden hacerlo desde casa, tendidos en el sofá y, en principio, a buen recaudo.

La reposición de las cantidades detraídas, el concierto con los seguros y la certidumbre de que en esos cajeros se han instalado mecanismos que dificulten las diabluras de estos adelantados de la informática, serán razones para que el ciudadano vuelva a mirar confiadamente a los mismos.

Porque aquí, más que el bolsillo, lo que de verdad ha quebrado ha sido la confianza en el sistema. Y esa, la confianza, es la primera que hay que recobrar.

*Licenciadoen Filología