Desde la convocatoria de las elecciones generales, no se para de hablar sobre la calidad de la democracia de nuestro país. Sobre todo, entre los contertulios de esos programas partidistas de las televisiones que tienen, en mi opinión, la única finalidad del adoctrinamiento generalizado para que «la causa» capitalista no decaiga. Ni que decir tiene que, todos sin excepción, coinciden en destacar esa calidad de nuestra democracia como una de las mejores de entre todas las de los países demócratas. Incluso se da por hecho que estamos por encima de franceses, anglosajones, alemanes y muy cerca de converger con los más desarrollados países nórdicos. Falacias mayores no se pueden escuchar ni retrotrayéndose a los tiempos del Nodo.

Un día les contaré algo muy personal sobre la calidad democrática y se van a quedar de piedra. Y eso que mi caso no es ni más ni menos que algo generalizado que ocurre, ha ocurrido y seguirá ocurriendo mientras en este país siga gobernando la horda de tarambanas que lo lleva haciendo desde hace algo más de cuarenta años. Es estomagante que en un país pestífero políticamente de norte a sur y de este a oeste se hable de la calidad de su democracia. Personalmente, y lo digo sin ningún pudor, me avergüenzo de vivir donde vivo y de que tantos truhanes me hagan --al igual que a la mayoría-- la vida poco menos que imposible, sin que haya nadie que sea capaz de, cuando menos como un servidor, denunciarlo públicamente. Lo siento, no puedo evitarlo: me repele mi país. Si pudiera me iría, como han hecho desde hace unos años esos más de ¡21.000 jóvenes extremeños!, aunque fuera a la Conchinchina.

De calidad de la democracia hablan, sin la más mínima desvergüenza, esos gobernantes extremeños que en el periodo de 1983 al 2019 solo han conseguido esto: mayor pobreza y precariedad, menor prosperidad, bienestar y población residente, los peores índices de desempleo, de renta y de PIB per cápita, el mayor deterioro sanitario y una auténtica debacle educativa; con el añadido de una carcoma política ilimitada. Con gobiernos socialistas en casi la totalidad del periodo «democrático» ha resultado que estos son como un violín: «se apoya con la izquierda, pero se toca con la derecha». Bochornoso.

A lo mejor resulta que somos un país en prácticas, como ha señalado el dibujante. Pero uno se pregunta cómo es posible que los gobernantes de la región más próspera estén en el trullo, y eso que se tiene medio olvidado el famoso 3% y las andanzas del señor Puyol y familia y amigos. O que la gente esté tan tranquila sabiendo que en la mayor parte de las comunidades autónomas gobernadas por el PP las corruptelas se elevan, no ya al cubo, sino a índices inimaginables. Y no digamos las otras comunidades autónomas gobernadas por los socialdemócratas (que se dicen ellos…), con Andalucía a la cabeza, y con Extremadura, donde el clientelismo generalizado y la degradación hasta del sindicalismo tiene convertidas estas comunidades autónomas en algo así como «el cortijo de los mimbrales». ¿Calidad de la democracia? Y una merde (con perdón) que se coman los que se lo creen. Decadencia, desvergüenza, degradación, abuso de poder, injusticia, pobreza cada vez mayor, enriquecimiento ilícito de todos los vagos a costa de la gente decente, y más. Esa, sí, esa es la calidad de nuestra democracia.