Casi cuarenta años como profesor le confieren a uno, creo yo, cierta autoridad para opinar sobre temas educativos. Y al decirlo no pretendo que la educación haya de ser competencia exclusiva de los docentes; como tampoco debiera ser competencia exclusiva de los médicos la organización de la sanidad, pongamos por caso. En eso coincidíamos un viejo amigo y yo cuando hace unos días charlábamos tras reencontrarnos al cabo de un montón de años.

Durante ese tiempo él ha ejercido como profesor en uno de los más prósperos países europeos, mientras yo mismo lo he hecho aquí, en Extremadura.

Tras exponerle algunas verdades de perogrullo sobre la situación de la enseñanza en nuestro país (como que la deseable igualdad de oportunidades para acceder a cualquier tipo de estudios no debiera implicar una igualdad de salida, por ejemplo), él mencionó algo que le había llamado la atención a su regreso a España: que nadie controlara in situ el trabajo de los docentes. Le sorprendía que un profesor pudiera estar cuarenta años en activo sin que nadie examinara ni una sola vez, de forma directa, su trabajo. En el país del que él venía era normal que los inspectores acudieran con regularidad a las aulas y eso a nadie le extrañaba. Como tampoco lo hacía que se evaluara al profesorado mediante encuestas a los alumnos.

Tuvimos que interrumpir nuestra plática cuando iba yo a mencionar el papel desempeñado por los sindicatos docentes, para no culpar de todo lo que ocurre a las administraciones educativas. ¿Se imagina el lector la que se montaría si ministerio o consejerías anunciaran controles periódicos del trabajo de los profesores? ¿Se figura quiénes encabezarían las más sonoras protestas? Mientras que la defensa de los derechos de los docentes no se acompañe de medidas para separar el trigo de la paja, mientras que lo rechazable para el alumnado todos café no sea también rechazable para los profesores, nos quedará mucho trecho por recorrer para acercarnos a los países más avanzados.

*Profesor