La sociedad ha contrapuesto al optimismo inveterado y antropológico del presidente del Gobierno un pesimismo rancio, antiguo y noventayochesco. Es cierto que las nubes que nos amenazan pueden convertir España en un barrizal que nos atasque 20 años fuera de la trayectoria de modernización y desarrollo. Sería la confirmación de una maldición --de naturaleza probablemente bíblica-- que nos encadena a sumergirnos en el atraso cada vez que la historia nos proporciona un impulso hacia la integración en el mundo desarrollado. Ocurrió con el imperio que se forjó a partir de Felipe II y que la religión sumergió en un hidalguismo que entendía el trabajo, la educación y la innovación como un reto a la divinidad: el desenlace, después de una larga decadencia, fue el truculento siglo XIX y la dictadura del general Franco como talanquera infranqueable hacia Europa.

Ahora, el ingreso en la UE y la OTAN y el desarrollo democrático nos habían vuelto a encajar en las vías de la modernidad. Pero el dinero fácil de los constructores y especuladores inmobiliarios, la avaricia ciega de la banca, una derecha carpetovetónica y una socialdemocracia contaminada de neoliberalismo han vuelto a encallar esta nueva oportunidad histórica.

Este callejón tiene una salida difícil, pero la tiene. Exige una profunda renovación de los dos grandes partidos, que han demostrado una afición irresistible por el desguace del contrario exenta de liderazgo. Una revolución educativa que siembre el amor por la perfección en el trabajo, el sentido de la responsabilidad de lo colectivo y la épica del sacrificio para la superación. Con esos mimbres, España, con modestia, sin sacar el pecho que explota la camisa de los nuevos ricos, podría encontrar una tercera oportunidad para formar parte de los países avanzados. No se ve en el horizonte un líder para esa aventura. Seguramente está esperando a la dignificación de los maestros, a la laicidad de la sociedad, ahora sembrada de curas tramontanos, y a una educación de calidad en la que ni siquiera se han puesto de acuerdo los diputados del PP que siguen prefiriendo a Dios antes que a la ciencia en nuestras aulas.