TEtste, lunes, a última hora de la tarde, despedimos a don Leopoldo Calvo Sotelo en su querida tierra de Ribadeo (Lugo). Si los muertos hacen la historia, nuestra reciente historia por desgracia avanza con el primer fallecimiento de uno de los cinco presidentes del tiempo democrático abierto con la muerte de Franco en 1975. De los cinco, el más discreto, el menos abducido por la ambición del poder. Y no por falta de vocación política sino porque, en los 20 meses de su paso por la Presidencia del Gobierno, la suerte del capitán era lo de menos cuando se estaba hundiendo el barco.

Pero también hacía falta un piloto o un capitán exento de mezquindades para darse cuenta. Y en eso tuvimos mucha suerte los españoles para topar en aquel trance con un político capaz de renunciar a sus propios intereses y ofrecerse en sacrificio para salvar lo que realmente importaba: la supervivencia del amenazado régimen democrático, el asentamiento de las nuevas instituciones y la definitiva reinserción internacional de una España recién salida del siglo XIX.

En ese sentido, a Calvo Sotelo le tocó bailar con la más fea. Y supo ejercer un discreto virtuosismo a la hora de dar salida a una explosiva situación política, pues, como queda dicho, entonces no nos jugábamos, como ahora, el triunfo de la derecha o de la izquierda sino la supervivencia misma de la recién nacida España democrática. Ese era el desafío, entre la asonada golpista del 23-F y la imparable irrupción de la izquierda en el Gobierno, casi medio siglo después del asesinato de su tío en vísperas de la guerra civil.

Otro expresidente, Felipe González , ha hablado de sus frecuentes y discretos encuentros con Calvo Sotelo en aquellos tiempos de permanente tensión ambiental. "Nos vimos muchas más veces de las que trascendían a la opinión pública porque eran tiempos difíciles en los que todos remábamos en la misma dirección: consolidar la democracia y procurar que los sectores involucionistas estuviesen controlados". De aquel tiempo convulso, pero con sordina --dar cuartos al pregonero hubiera sido contraproducente--, logramos salir los españoles gracias en gran medida al político decente y al hombre sabio que, como se leía en la necrológica que le dedicaba el exministro Alberto Oliart , "siempre puso los intereses de la Nación por encima de los suyos propios".

Por ahí va el sentido agradecimiento que clase política y ciudadanos rindieron estos días a don Leopoldo con su paso por la capilla ardiente, instalada hasta el lunes por la mañana en el Congreso de los Diputados.

*Periodista.