Lo de Pedro Sánchez es, verdaderamente, para nota. Lleva pocos años en la cumbre de la política española, pero ya ha ofrecido tantos perfiles diferentes, e incluso antitéticos, que, si no fuese porque hablamos de un político, pensaríamos que es un auténtico maestro de la transfiguración.

Porque es cierto que, en política, a veces tenemos que asistir a giros discursivos que nos dejan atónitos. Pero no creo que haya ni un líder político que haya dado tantos tumbos ideológicos, antes de convertirse en gobernante, como Pedro Sánchez. Si hacen memoria, recordarán que hubo un primer Pedro Sánchez, centrista, que conseguía las alabanzas de medios conservadores y liberales por enarbolar la bandera de España. Posteriormente, pudimos contemplar a otro Pedro Sánchez, radical, que competía con Pablo Iglesias por la hegemonía de la izquierda.

Más tarde, vimos a un Pedro Sánchez, componedor y defensor del consenso, que se entendía a la perfección con Albert Rivera. Después de sus segundas elecciones como candidato, regresó el Pedro Sánchez más sectario, e intentó frustrar la investidura de un Mariano Rajoy que había ganado, por una mayoría aún más amplia, las elecciones. Como su partido lo acogotó y no le dejó bloquear el país, Sánchez dimitió, y se marchó contrariado y ofuscado.

No demasiado tiempo después, retornó para disputarle la secretaría general del PSOE a Susana Díaz, postulándose como adalid de la militancia y del «no es no». Tras vencer a Díaz, durante meses y meses, fue Pedro Sánchez «el desaparecido», porque no se le veía ni oía por ningún lado. Y, de repente, alumbró una moción de censura, y se convirtió en Pedro, el presidente. Pero, para llegar a presidente, tuvo que aliarse con 22 partidos más, lo que le confirió otra vez un perfil radical, sectario y nada fiable.

Y, de nuevo, mutó, y se puso el traje socialdemócrata para nombrar un consejo ministerial muy mediático e hipertrofiado. Ante todo esto, ustedes, igual que yo, se preguntarán que cuál es el verdadero Pedro Sánchez. Y, por desgracia, no hallarán respuesta. Porque, después de esta trayectoria, solo se puede afirmar, a ciencia cierta, que Sánchez tiene una ambición desmedida, que es capaz de hacer lo que sea para alcanzar el poder, y que, sin duda, cambiará el color de su piel las veces que sea necesario para evitar un desahucio de La Moncloa como el que ya sufrió, hace algo menos de dos años, en la sede socialista de la calle Ferraz.