Las sucesivas crisis económicas y la degradación del medio ambiente hacen que un gran número de ciudadanos vuelvan sus ojos a los movimientos alternativos que, con sus promesas de cambio, están despertando grandes ilusiones. Se piensa que las tradicionales recetas liberales y socialdemócratas ya no sirven para satisfacer los anhelos de justicia social. Se critica las primeras porque el credo en la eficiencia del mercado sirve para crear riqueza, pero a costa de aumentar las desigualdades sociales. A las teorías socialdemócratas se les reprocha que sus medidas de reparto social son buenas para periodos de crecimiento, pero nefastas para gestionar los periodos de crisis por su descontrol del gasto público. Y a ambas se las critica por su olvido del medio ambiente.

Para dar respuesta a estos deseos de cambio han surgido diferentes teorías. Unas de las que más eco están alcanzando en la actualidad son las defendidas por los movimientos calificados como populistas, que,aunque defienden tesis extremas y opuestas, coinciden en algunos aspectos concretos. Así, los populismos de uno y otro signo propugnan la antiglobalización y el aislamiento económico. Pero, mientras las organizaciones de ultraderecha defienden un capitalismo nacionalista y desregulador, las de extrema izquierda prefieren hacer frente a los excesos del capitalismo financiero con medidas intervencionistas e incrementando el sector público y, por ende, el gasto público. En cualquier caso, ni unos ni otros ofrecen teorías que pudiéramos calificar de originales. Se trata de antiguas doctrinas ya superadas y cuya aplicación en la práctica, o no nos traen buenos recuerdos o han fracasado estrepitosamente.

Frente a estas rancias ideas, se abren paso otras alternativas económicas. Algunas todavía en fase de laboratorio y, por tanto, sin la aplicación práctica que nos pudiera permitir emitir un juicio más ajustado a la realidad. Una de ellas es la denominada Economía del Bien Común, cuyo valedor principal es el profesor de la Universidad de Viena ChristianFelber, y que está concitando muchos reconocimientos. Esta teoría plantea la tesis de que, dentro de una economía de mercado, los pilares del actual orden económico -afán de lucro y competencia- deben dejar de ser los atractivos que muevan a los emprendedores. Con estos nuevos valores, el éxito monetario se reemplaza por la contribución al bien común y la cooperación social.

Lo que se propone, en suma, es que el bienestar social, que suele medirse por criterios meramente economicistas, atienda a valores más humanos: honestidad, respeto, confianza, cooperación, sostenibilidad, solidaridad, etc. En otras palabras, un sistema productivo en el que prime la agricultura biológica, el comercio justo, el cooperativismo, la economía solidaria, la democracia económica o los modelos productivos de emisión cero. La consecución de estos ideales supondría, entre otras cosas, exigir a las empresas un modelo de gestión más participativa y una producción basada en la defensa del medio ambiente y en relaciones labores justas y solidarias. Para ello habría que sustituir el criterio de la competenciapor el de la cooperación. Y, sobre todo, volver al sentido original del dinero, estableciendo que sea un medio, un instrumento, más que un fin. De esta forma, los indicadores del éxito de una empresa no se medirían por los rendimientos económicos sino por el objetivo final de consecución del bien común.

dado el ánimo de lucro que mueve a las empresas, el afán -a veces desmedido- de riqueza que impera en los humanos y el mundo materialista e insolidario en que nos movemos, a nadie se le escapa que la propuesta de Felberno deja de ser una mera utopía, una idea llena de buenas intenciones, quizá un sueño.

Es difícil desterrar del pensamiento humano ideas tan arraigadas como las que sostienen que las necesidades solo se satisfacen con recursos y que los recursos solo se adquieren con medios económicos. Aun así, la población está tomando conciencia ante los problemas del cambio climático. Pero, desgraciadamente, mientras no cambien el pensamiento y el sentido ético de la persona humana, es el ánimo de lucro, no la generosidad ni la ecología, lo que seguirá moviendo el emprendimiento y la creación de riqueza.

* Catedrático de Derecho Mercantil