Hay quien piensa que los planetas no sufren, que están hechos de materia inanimada, sometidos sólo a la voracidad del tiempo, enfrentados a una soledad inédita, indiferentes a la depredación provocada por la mano del hombre, incapaces de sentir el dolor más mínimo, la más mínima sensación de angustia o de arrepentimiento; pero en realidad esto no es cierto, soportan un lento y progresivo deterioro, un angustioso silencio que les vuelve frágiles y resentidos, y van acumulando una ira que a menudo nos hacen pagar.

Primero se alzó la voz agorera de los ecologistas, pero nadie les hizo caso porque pensaron que estaban poseídos por la paranoia de un injustificado alarmismo, luego surgieron las recomendaciones aprobadas en el Protocolo de Kyoto, pero traían consigo una carga de medidas costosas y antieconómicas que dificultaban el proceso de crecimiento, por lo que la mayor parte de ellas fueron arrinconadas en el cajón de los buenos propósitos. Ha sido necesario que Naciones Unidas dieran la voz de alarma, que 2.500 miembros de la comunidad científica, hicieran públicos unos datos, según los cuales nuestro planeta está sometido a un alarmante incremento de las temperaturas, llegando a soportar cotas jamás vistas desde que existen registros meteorológicos, demostrando que estos cambios no son consecuencia de una variabilidad transitoria, achacable a ciclos estrictamente naturales, sino que tienen su razón de ser en la ingente cantidad de CO2 que los humanos producimos en las combustiones de hidrocarburos: gasolina, gasóleos, gas o las de carbón, estos gases, una vez emitidos, se acumulan en la atmósfera y dificultan la salida del calor, provocando un efecto invernadero capaz de ocasionar el calentamiento progresivo del planeta, lo que traería consigo una serie de cambios climáticos de nefastas consecuencias para todos.

Conscientes de ello, los organismos internacionales han llegado a la conclusión de que es más rentable prevenir, que afrontar posteriormente las consecuencias, a este efecto ya existe un informe británico que cuantifica numéricamente estos datos. El último estudio realizado por la Comisión Europea, anticipa que este fenómeno podría ocasionar el descenso aproximado de un 5% de la economía anual, lo que sometería a los países desarrollados a un largo periodo de recesión económica, y sustentan esta teoría sobre la base de las consecuencias que acarrearía el paulatino deshielo de los polos, con la consiguiente subida del nivel del mar y los problemas a los que se verían sometidas las zonas costeras, el efecto devastador que tendrían las sequías sobre el sector agrícola que utiliza el 80% del agua, las oleadas de calor con incalculables pérdidas humanas y de animales, la desertización del paisaje, la proliferación de incendios, cambios en la floración, falta de nieve en las pistas de invierno, comportamiento diferente en los hábitos migratorios de algunos animales, periodos de lluvias torrenciales.

XGRAN PARTEx del mal ya está hecho y es irreversible. Aunque hipotéticamente a partir de ahora se dejara de emitir dióxido de carbono a la atmósfera, ya deberíamos soportar durante largo tiempo muchos de estos inconvenientes, pero pretender que en el futuro se acaben radicalmente estas emisiones, es algo impensable y utópico, ya que equivaldría a reducir gran parte de la actividad industrial mundial; de lo que se trata es de que nos pongamos a trabajar para detener esta escalada, reduciendo un 20% estas emisiones, como propone la Comisión Europea. En nuestras manos está el hacer un uso más racional de la energía, decantándonos por las renovables, por el transporte público etcétera. En el ámbito institucional convendría iniciar un proceso de concienciación capaz de fomentar una cultura medioambiental, no permitir un desarrollo incontrolado de la industria, obligar a cumplir unos requisitos mínimos en materia medioambiental como los compromisos de Kyoto, y de Bruselas, investigar sobre tecnologías capaces de atenuar los efectos de este impacto, incrementar el uso de biocarburantes y energías alternativas, controlar los abusos que están cometiendo algunas economías emergentes, que se encuentran en la parte alta de un ciclo expansivo.

Extremadura ha sido una zona con una economía basada en lo agropecuario, la revolución industrial transcurrió sin nosotros, pero lo que constituyó en otro tiempo un injustificado abandono, es ahora celebrado como un motivo de satisfacción, por cuanto nos hace ser un territorio incontaminado, tenemos por tanto intactas nuestras posibilidades de conseguir un desarrollo armónico y racional, sin cometer los errores que cometieron otros, pero tampoco pretendiendo vivir en un mundo idílico, ya que el que quiere las comodidades del progreso, también tiene que asumir alguna de sus lacras. Hay que tener en cuenta que gran parte de las competencias en materias de medioambiente están ya transferidas a las comunidades autónomas, y son éstas quienes deben establecer los criterios para salvaguardar nuestro patrimonio ambiental, a la vez que garanticen un desarrollo industrial sano y equilibrado.

*Profesor