Un año más, el debate sobre el cambio de horario de esta próxima madrugada resucita la recurrente polémica sobre una decisión que está avalada desde 1981 por la Unión Europea. En esta ocasión las tópicas discusiones en torno a la revisión horaria y sus efectos sobre la salud, la economía y la conciliación familiar se han visto animadas por la rebelión del Parlamento de Baleares -a la que se ha sumado el de la Comunidad Valenciana- de mantener el horario de verano y dejar esta noche los relojes en paz. La propuesta balear se basa, entre otros aspectos, en que la falta de luz solar puede repercutir de manera negativa sobre personas a las que puede provocar episodios de depresión o insomnio. Nada de ello, sin embargo, está confirmado por la medicina, que solo ha detectado pequeños desarreglos físicos, especialmente en niños y ancianos, y que no se extienden más allá de un par de días después de retrasar/avanzar el reloj. Es obvio que una economía como la balear, que descansa en el ocio y la restauración, se vería beneficiada por un alargamiento diario de la luz natural que permitiría esperar una mayor actividad turística. Por el contrario, la mayoría de los ciudadanos de las islas deberían iniciar su jornada laboral sin luz y los centros escolares abrirían sus puertas a oscuras. En realidad, el debate último del cambio horario nos conduce a una reflexión más profunda sobre la necesidad de revisar nuestros relojes laborales y sociales. Y no solo por la equiparación con los de nuestro entorno europeo, sino para mejorar aspectos colectivos como la productividad, el rendimiento escolar, la actividad comercial y, sobre todo, la ansiada conciliación familiar tan dañada por la poco racional distribución del tiempo de trabajo, familiar y de ocio.

Una año más podemos hoy quedarnos en animadas charlas coloquiales sobre el cambio de la hora, pero perderíamos de nuevo otra ocasión para emprender esos necesarios cambios. No es tarea fácil porque en muchas ocasiones nuestras pautas de trabajo son producto de arraigados patrones culturales. Sobran jornadas laborales maratonianas que no garantizan productividad o comidas largas y cenas tardías que dejan poco espacio para la vida personal, o periodos irracionales de vacaciones escolares. Se trata, en fin, de un cambio social más que de la simple manipulación de un reloj.