WPw ocas dudas quedan de que España aumentará en los próximos meses su presencia en Afganistán tanto en el campo de la cooperación como en el del despliegue de efectivos. El anuncio realizado ayer por el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Angel Moratinos, de que el Gobierno destinará 14,5 millones de euros a construir una nueva base para el Ejército afgano y enviará a 12 militares para adiestrar a las tropas que se harán cargo de la instalación tiene todas las trazas de ser el preludio de algún compromiso de mayor entidad. En todo caso, forma parte de lo previsible que el Gobierno acepte ampliar el despliegue en Afganistán con el envío de un batallón, para sumarse al dispositivo de seguridad que deberá proteger las elecciones de agosto, y de instructores de la Guardia Civil.

El Partido Popular dice apoyar esta serie de medidas porque coinciden "con el diagnóstico de la secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton" y no porque emanan de una decisión soberana del Gobierno español, que la someterá al Parlamento próximamente. Se equivocan los populares, porque, a pesar de que el Ejecutivo ha comunicado estas disposiciones con un punto de confusa improvisación, lo cierto es que nada de lo que ha decidido y anunciado violenta el punto de vista del PP, sino que coincide con él hasta en los mínimos detalles, incluida la presencia en la provincia de Herat de un contingente de 778 militares españoles.

En cambio, todos --Gobierno y oposición-- debieran insistir en la necesidad de que la OTAN precise las características, el calendario y los objetivos de la misión, visto que esta ha consistido hasta la fecha en garantizar la seguridad propia más que en reforzar el control del territorio. Es decir, que ha intentado minimizar los riesgos, lo que ha redundado en la práctica en un debilitamiento del papel desempeñado por los soldados de la OTAN y en un reforzamiento de la insurgencia. Una situación que seguramente ha limitado las bajas, pero que ha consagrado una permanente sensación de ineficacia.

La realidad es que no tiene sentido prolongar sine die este estado de cosas. Una parte importante de la seguridad de Occidente y de los soldados despachados al corazón de Asia depende de que la OTAN aspire a algo más que a gestionar una crisis crónica. Si alguien cree que esto es posible sin cambiar las características y las dimensiones de la misión, o es un ingenuo o quiere desorientar a la opinión pública.