TEtstoy convencido de que un porcentaje elevadísimo de la gente que se ríe de la fealdad de Camilla Parker está compuesto de feos y de feas. ¿De qué se ríen, entonces? ¿Nunca se contemplaron ante un espejo? Pero dejando a un lado la exhibición de mal gusto y de sensibilidad rupestre que supone reírse de la fealdad ajena, y que desvela el mismo estólido sentido del humor que gasta el que se ríe de un enano, hay que convenir la ceguera moral de quienes mirando a la tal Camilla no ven más que una mujer poco agraciada. No es necesario ser un portento de perspicacia para ver en los rasgos de esa señora la rara determinación del amor.

Carlos y Camilla llevan 35 años queriéndose, y, al parecer, de esa manera tórrida y alucinada con que se aman los que no hallan en su entorno sino obstáculos. Al no tratarse de dos particulares exactamente, pues son miembros de la absurda y delirante compañía teatral encargada de representar los fastos, los dramas y las comedias de la monarquía y la aristocracia, se hallaron siempre en peores condiciones que cualquier ciudadano para escribir sus propios destinos, pero su contumacia ha logrado que 35 años después de enamorarse, y casarse con otros, y tener hijos con parejas no amadas, y aparecer ante sus compatriotas y ante el mundo como dos adúlteros rijosos, vayan al fin a despertarse juntos por las mañanas. Eso es lo que se ve si se mira a esta pareja singular, si bien también es lógico que el feo o la fea que les mira proyecte sobre ella su propia fealdad.

*Periodista