La incertidumbre no atrae. Es siempre mal vista. Lógico, si pensamos que no hay nada en ella que la haga atractiva desde la naturaleza humana. Nos saca de eso que ahora llamamos (para todo) "zona de confort": te arrastra fuera de la comodidad, de las placenteras paredes del saber qué va a pasar. ¡Y hemos trabajado tanto para levantarlas! La incertidumbre es una espera sin el premio de conocer el final. Nada está seguro (¿o sí?). Quizás por ello, sea una palanca tan potente de motivación.

Andamos desgobernados en España, ya saben. Lo que los periodistas califican a todas horas de "puzle" parlamentario no es más que una distinta correlación de fuerzas que a la que hasta ahora estábamos acostumbrados. De acuerdo, pero tampoco es que hubiera elementos inesperados en el resultado en estas elecciones, más allá de puntos arriba o abajo. Una situación como ésta no es desconocida en los países de nuestro entorno y, además, se venía venir. "The times they are A-changin", cantaba Dylan y ahora también (machaconamente) la mitad de nuestros espectros políticos. Asumo que por mi parte, yo he perdido las elecciones. Porque yo soñaba con un gobierno liberal en España, por primera vez en la reciente democracia. Pero no ha podido ser. De hecho, la derrota estaba asegurada desde antes de introducir ninguna papeleta. Ahora ustedes dirán qué entonces qué diablos han sido estos 4 años de gobierno popular. Pues, por descontado algo muy alejado de cualquier política liberal. Pues, por poner etiquetas, socialismo conservador. Y el resto de las opciones para votar, más de lo mismo: socialismo moderado, socialismo populista. No había rastro de incertidumbre.

Porque no hay partido que se resista a la tentación absolutista de regularlo todo. Los programas de los cuatro partidos (en algún caso, absurdamente intercambiables) son interminables promesas de intervención pública (léase política) en cada aspecto de nuestra vida pública y privada. En nuestro anhelo de confort hemos dejado que todo aquello que nos es incómodo, que nos es ajeno, quede en mano del gobierno. Concedemos una importancia omnipotencial en nuestras vidas al aparato del estado, sin consideración de que los cargos públicos cambian, y con ellos, sus políticas. Sin detenernos a pensar que la existencia de más obligaciones públicas es justamente lo que persiguen los partidos: más espacio que ocupar.

Para poner un ejemplo (sangrante): no hay nada que me alerte más que oír hablar de banca pública. Tuvimos recientemente un magnífico ejemplo de entidades financieras regidas por amalgamas de intereses públicos: se llamaban cajas de ahorro. No es necesario extenderse más.

Lo que a todo el mundo preocupa ahora es, claro, la formación de gobierno. Aquí el elemento de incertidumbre tiene un sencillo componente matemático: no cuadran las cuentas para lograr una investidura. Nada que pueda extrañarnos por otro lado. Lo que hemos visto en la campaña (y acentuado después) es una política cortoplazista, de mirarse el ombligo y leer resultados en clave de los intereses de partido. Líderes poco seguros de su liderazgo y ambiciones a cuenta de pérdidas de voto. Difícil que con un panorama tan alentador haya una negociación que desemboque en darle un equilibrio (no partidista) al país. No veo en marchas ni grande ni pequeña coalición porque a los partidos políticos (a los que Aznar situaba pomposamente como parte de nuestra "arquitectura constitucional") les aqueja el mismo mal: un soterrado desprecio por la inteligencia de sus votantes y una capacidad admirable de modificar la realidad a su antojo.

De hecho, quien se proclama vencedor ufano de las elecciones es Podemos. Autoerigidos como motor del "cambio" (palabra que han usado todos los partidos a lo largo de su historia) se muestran exigentes en virtud del mandato de sus electores. Con tanta vehemencia que me pregunto si es que creen que el resto de electores de otros partidos lo hacen a ciegas. Porque han caído en la trampa de hacer lo que tanto les disgustó a ellos: han negado legitimidad al resto de opciones políticas. Porque ni son cambio (¿Ciudadanos? ni son lo que el pueblo demanda (¿Cuántos escaños?). Pero para encabezar un gobierno hay que tener algo más que propaganda bien disimulada y un saber hacer mediático.

Nuestra incertidumbre es la falta de altura de miras. Y está extendida, sí.