De De aquella economía de subsistencia hoy sólo quedan ya sus ecos detenidos en el tiempo, actualmente vivimos en el reverso de la moneda, en una sociedad consumista y opulenta, pero a pesar de los cambios experimentados en tan corto espacio de tiempo, a veces nos asaltan las dudas sobre si las ventajas de las que hoy disfrutamos, compensan los quebrantos e inconvenientes que, de forma inevitable, tenemos que soportar.

No hace mucho aparecía en este mismo periódico la noticia, ilustrada con una fotografía de alarmante actualidad, referida al alto porcentaje de jóvenes obesos. La incidencia de este tema era algo que hasta hace poco no nos preocupaba, porque era la nuestra una dieta sana, aunque austera y frugal. La obesidad, entendida como un problema generalizado y endémico, era propia de países más prósperos y de vida más acelerada. Supimos de los restaurantes de comida basura por las películas; pero como otras, esta moda terminó cruzando el charco y se instaló como uno más de nuestros genuinos y castizos modos de hacer gastronómicos, hasta el punto de constituir actualmente una realidad preocupante, algo que alerta a nuestra sociedad y alarma a nuestras autoridades sanitarias. Porque la obesidad trae consigo un séquito de enfermedades en potencia, así como las secuelas de innumerables traumas de carácter psicológicos, motrices y de rechazo social; pura antítesis en la cultura de la imagen, donde prepondera el continente sobre el contenido, el envoltorio sobre la materialidad envuelta.

éSTE, COMOx otros muchos problemas, deberían comenzar a tratarse desde la escuela, orientando al alumnado hacia un tipo de alimentación sana y equilibrada, hacia la disuasión y el autocontrol, porque nada hay mejor para un cambio de hábitos que la educación y el buen ejemplo, pero este aprendizaje resulta inútil si no va acompasado y en complicidad con la propia sociedad y las familias, y si desde las autoridades sanitarias no se endurecen los controles de una publicidad que hace un uso abusivo de imágenes que llegan, sin ningún tipo de filtros, a las mentes inmaduras de los niños, incapaces todavía de discernir entre lo conveniente y lo apetecible. Una publicidad sometidas al solo arbitrio de unas marcas que rivalizan entre sí por ofrecer más cantidad, en detrimento de la calidad y la salubridad, aspectos éstos menos tangibles, con lo que se pueden llegar a provocar graves trastornos dietéticos y metabólicos, como consecuencia de los añadidos y de los excesos de aportes calóricos y grasas animales o saturadas que contienen estos alimentos. Otro tipo de medidas son las encaminadas a organizar campañas preventivas y promocionales capaces de aportar una información fidedigna sobre las particularidades de cierto tipo de alimento y los riesgos que asume quien haga un uso de ellos de forma continua e indiscriminada.

No se trata de que las autoridades sanitarias ejerzan un intervencionismo impropio de estos tiempos, ni que pretendan decidir sobre lo que cada cual deba o no consumir en un ámbito tan personal como es el alimentario, sino de informar al consumidor sobre la inconveniencia del abuso de cierto tipo de productos, muchos de los cuales cumplen escrupulosamente con todos los requisitos establecidos por la ley, por lo que no pueden ser retirados del mercado, y es que el problema no está en su uso sino en su abuso, y tratándose de niños, esta línea es muy difícil de delimitar y más cuando la publicidad anda por medio.

Baste el ejemplo de cierto tipo de súper hamburguesas que tienen el aporte de 900 calorías, lo que constituye aproximadamente la mitad de las que un adolescente necesita diariamente para su alimentación, pero a las que habría que añadir las patatas fritas y los refrescos azucarados, si este tipo de ingesta se repite con relativa frecuencia, llegaremos a la conclusión de que hay una relación directa entre niños que consumen este tipo de comida y niños obesos. Pero frente a la obesidad aparecen como contrapuestas enfermedades carenciales como la bulimia y la anorexia, que representan el otro péndulo de una balanza, para la que el equilibrio empieza a ser una virtud difícil de conseguir.

Hay quien sostiene que aun siendo importante evitar la obesidad infantil, lo es más el erradicar el consumo de alcohol, y que sin embargo en este tema se aplazan las medidas o la responsabilidad se deriva hacia los padres; el hecho de que el consumo de alcohol o de droga sean graves, no significa que no deban ponerse los medios para evitar que la juventud caiga en cada una de las trampas que la sociedad de consumo les tiende a cada momento. Si pretendemos una juventud sana que se enfrente a los retos del futuro con ciertas garantías, hay que empezar haciéndoles comprender la conveniencia de cierto discernimiento entre hábitos saludables y los que no son, junto a la mentalización de que no todo lo que la publicidad les ofrece tiene por qué ser indiscutiblemente bueno.

*Profesor