El pasado domingo 9 de mayo, bajo una incesante lluvia, recorría el camino que tantas veces recorrieron mis abuelos, primero solos, luego junto a mis tíos y padres; luego mis padres de mozos, de novios y de casados. Recuerdo con mis escasos cuatro años como mi padre me llevaba a hombros cuando mis pequeñas piernas se cansaban de caminar aquella larga pero querida senda. En mi mente se agolpan los recuerdos, difuminados por mi memoria infantil y recuerdo con claridad lo que mi madre me ha ido narrando a lo largo de su vida: un camino lleno de romeros llegados con carros y carretas engalanadas desde cualquier punto; puestos de venta de dulces, turrones y tómbolas. Gente por todos los lados, familias enteras, campos llenos de vida y alegría. Un día de fiesta esperado durante todo el año y celebrado desde tiempo inmemorial.

He tardado cuarenta y tres años en volver a caminar sobre sus piedras, todos los que he permanecido fuera de mi barrio después de que a mi padre la que entonces era Unión Española de Explosivos lo trasladara a otra ciudad junto a otros muchos trabajadores.

Hoy he regresado y soy yo la que junto a mi marido y a mi hijo camino por esa vereda, como hace muchos años lo hacían conmigo mis padres y abuelos y soy yo la que les transmito lo que la romería significaba para un barrio y para una ciudad.

Desde aquí quiero reivindicar el camino popular y público, quiero hacer llegar mi voz, que se escuche clara, firme y pacífica. Quiero transmitir lo que es la inquietud de un barrio, de una ciudad. Deseo que ese camino siga abierto, el camino que desde hace más de trescientos años ha llevado a tantos y tantos romeros cada mes de mayo a nuestra querida y venerada ermita de Santa Lucía en Aldea-Moret.

Santa Lucía y las buenas gentes de Aldea-Moret se lo merecen.

Guadalupe Manzano **

Cáceres