Comenzaba el pasado 24 de diciembre, hablando de “deslustración”, con esta serie de artículos sobre el retroceso ético, social y político que experimenta, a marchas forzadas, la sociedad contemporánea. Y esa “deslustración” (o entronización de la ignorancia y rechazo a la razón) es una de las principales causas de la desnaturalización, uno de los mayores riesgos de las sociedades actuales y, diría más, de la supervivencia de la especie humana.

Desnaturalizar es alejar algo de su naturaleza, adulterarlo. El hombre ha olvidado hace demasiado tiempo que el terreno ganado por nuestra especie está ganado a la naturaleza: a los animales, a las plantas, a los fenómenos meteorológicos, a los procesos geológicos y a un largo etcétera que compone el conjunto de factores que hacen del planeta Tierra lo que es, es decir, que definen su naturaleza, su esencia.

El lamentable espectáculo de la pasada Cumbre del Clima celebrada en Madrid, convertida en un circo en torno a una adolescente que terminó políticamente en agua de borrajas, fue solo la última demostración de que no solo no estamos en el camino de la rectificación, sino que las élites están dispuestas a salvar el capitalismo aunque para eso sea necesario condenar al género humano.

Porque, que nadie lo dude, revertir el cambio climático —probablemente la manifestación póstuma de la desnaturalización— obliga necesariamente a darle la estocada final al sistema neoliberal como hijo bastardo del capitalismo. O muerte del capitalismo o muerte del planeta. Esa es la elección y las élites ya han elegido. Falta comprobar la fuerza de la ciudadanía global contra esa decisión.

El cambio climático es la gota que ha colmado el vaso de una forma de vivir insostenible. Esa forma que ha llevado a que en el 1,6% de la superficie total de España (la que ocupa la Comunidad de Madrid) viva el 14% de la población, con las nefastas consecuencias que ello tiene para la calidad de vida tanto de quienes se amontonan allí como de quienes se quedan en territorios condenados irreversiblemente a quedar despoblados.

La misma tendencia que abandona el cuerpo como constructo vivo sometido a la ética humana, para convertirlo en un objeto de uso más. Una vía que perjudica especialmente a las mujeres, que van camino, en manos del neoliberalismo, de dejar de ser mujeres para ser “seres gestantes”, tal como buscan quienes pretenden alquilar sus úteros o quienes afirman, contra toda evidencia científica, que los hombres también pueden quedarse embarazados. Un ejemplo perfecto de desnaturalización, este último, que tiene como base previa la “deslustración”, es decir, el orgullo de la ignorancia.

Señalar con el dedo a estas alturas a los culpables de la desnaturalización es un trabajo vano, puesto que son, o somos, demasiados. Pero algo más sencillo resulta apuntar a la hipocresía de quienes pretenden abanderar una causa y desmienten con los hechos esa ideología. A mí me molesta que Donald Trump, declarado negacionista del cambio climático, utilice el avión presidencial Air Force One para todo, pero me molesta aún más que el presidente del Gobierno de España se quiera erigir en adalid ecologista y vaya en helicóptero a la boda de un cuñado y en Falcon a un festival de música.

La “objetualización” del cuerpo humano hasta su hibridación con las máquinas, la destrucción del medio natural para incrementar la producción y el consumo, el abandono de la naturaleza para apiñar a la población en edificios cada vez más altos o las modificaciones del clima a causa del abuso en nuestros hábitos como civilización capitalista, son solo algunos ejemplos del camino de vuelta emprendido hacia el origen del planeta: un planeta sin seres humanos.

Uno de los retos de las políticas de progreso es hacerse consciente —y ser coherente con ello en los hechos cotidianos personales y en las políticas públicas— de que hemos de recuperar las raíces, la armonía con la naturaleza y el equilibrio entre lo que anhelamos ser y lo que nunca podremos dejar de ser: un elemento más de un gran sistema natural que seguirá desgarrándose de dolor a medida que sigamos infligiéndole más y más heridas, hasta su muerte, que será también nuestra muerte.

* Licenciado en Ciencias de la Información