En la excelente película ‘El congreso’ (‘The Congress’; Ari Folman, 2013), se propone la hipótesis de que en un futuro el cine no se vivirá como una experiencia frente a una pantalla, sino como una vivencia interior e intangible, provocada por drogas que se diseñarán en función de nuestros deseos. La película, basada en la novela de Stanislaw Lem ‘Congreso de futurología’ (1971), también asegura que los actores venderán su imagen para que pueda ser utilizada digitalmente, después de muertos, en otras películas.

‘El irlandés’ (‘The Irishman’; Martin Scorsese, 2019), ya ha hecho el primer ensayo, recogiendo la gestualidad de sus protagonistas y rejuveneciéndoles mediante diseño informático para mostrárnoslos tal cómo eran hace treinta años.

Por no salir del cine, todos los que han estudiado algo de preservación cinematográfica saben que las películas que se rodaron hace más de ciento veinte años y se han mantenido en condiciones adecuadas, se conservan en perfecto estado, a pesar de estar en soportes tan inestables como el nitrato de celulosa. Cualquiera que tenga en casa un DVD de hace veinte años y lo intente reproducir ahora, sabe que es una lotería que pueda volver a verlo.

En tan solo tres lustros, el concepto «vida líquida» del filósofo polaco Zygmunt Bauman podría haberse quedado obsoleto. Él nos contaba cómo el discurrir inmaterial de nuestras vidas se había convertido en un fluir inestable marcado por el principio de incertidumbre, pero hoy ya podemos afirmar que eso también ocurre con la base material. Más bien podríamos hablar ya de ecosistema gaseoso.

Uno de los proyectos de la élite mundial, que se encuentra anualmente en las reuniones secretas del Club Bilderberg, es terminar con el dinero físico. Fue tema a debate en su encuentro de 2015 en la localidad austriaca de Tels-Buchen, cuando todavía no hacían pública ni siquiera la agenda de temas a tratar. En la actualidad, en España, el Fondo de Garantía de Depósito cubre hasta 100.000 €, lo cual quiere decir que en total ausencia del dinero físico y ante una catástrofe financiera, todos los ciudadanos con más de esa cantidad ahorrada, la perderían. Nuestro dinero, sí, solo son números en una pantalla.

Pensemos ahora en la historia. Una buena parte del patrimonio del conocimiento humano se debe al intercambio epistolar entre personas que luego fueron determinantes en acontecimientos cruciales del transcurrir humano. Desde Napoleón a Unamuno, pasando por Freud o Kafka, las cartas han sido vitales para comprender la historia y rellenar sus huecos. Las cartas fueron sustituidas primero por el correo electrónico y después por las aplicaciones de mensajería instantánea. ¿Alguien piensa que dentro de cien años se podrán consultar los mensajes intercambiados entre las personas que están conformando la historia hoy?

Todo esto son solo algunos de los síntomas del proceso de desmaterialización de la civilización humana. Utilizando la expresión de Muñoz Molina, «todo lo que era sólido» es ahora gaseoso. Etéreo, invisible, inasible, casi inexistente. Y lo poco que sigue siendo sólido, incluido el propio planeta Tierra, lleva el mismo camino de la sublimación.

El ser humano es materia y vive de materia y en materia. Cuando Marx hablaba de «condiciones materiales» para definir el factor que determinaba la felicidad o la infelicidad humana en función del trabajo y la propiedad, no lo hacía arbitrariamente. Sin embargo, la evolución del género humano tiende, a velocidad de vértigo, a la desmaterialización.

Las causas son complejas y nos llevarían por derroteros que superan el espacio de estas líneas, pero al menos fijémonos en las potenciales consecuencias. El ser humano se enfrenta a la disolución del planeta, a la pérdida de su historia, a la ingravidez de su economía y a la intangibilidad de su trabajo y de su ocio. Esto nos debería obligar a reflexionar si el camino escogido es el correcto, pero lo cierto es que somos presa de una inercia marcada por el sistema socioeconómico hegemónico que poca gente se ha parado a pensar al abismo al que nos conduce.

Como ocurre con el cambio climático, no sabemos si se puede parar. De momento, parece solo un síntoma de retroceso al tiempo en que el ser humano no era nada ni tenía nada más que a sí mismo.

*Licenciado en Ciencias de la Información.