Hace 48 horas terminó el estado de alarma más largo de la democracia. Es el mejor momento para poner fin a una serie de artículos que comencé el pasado 24 de diciembre, con el objetivo de desgranar los principales procesos que han llevado a la civilización occidental contemporánea a un callejón sin salida. Un camino del que hay que encontrar la manera de volver.

Antes del comienzo de la pandemia había publicado cinco artículos al respecto. En el primero (24/12/2019) analicé la «deslustración» (prestigio de la ignorancia frente a la ilustración). En el segundo (07/01/2020) la desnaturalización (adulteración del origen del ser humano). En el tercero (21/01/2020) la despolitización (disolución de un espacio público radicalmente político). En el cuarto (04/02/2020) abordé la desestructuración (fragmentación de nuestros vínculos). Y en el quinto (18/02/2020) la desmaterialización (tendencia a preponderar lo intangible sobre lo material que nos determina).

Y entonces llegó el coronavirus. Desgraciadamente, ha servido para confirmar el acierto de esos cinco artículos y para facilitar el sexto y último, que es, en realidad, resumen y corolario de los anteriores: la deshumanización.

El ser humano es materia, es solidaridad para la supervivencia, es política para la convivencia, naturaleza pura y conocimiento para el progreso. Si a todo eso le ponemos el «des-» delante, el resultado es la deshumanización del ser humano, que es el punto crítico en el que estamos y que la pandemia solo ha venido a recordarnos brutalmente.

No hace muchos días, una epidemióloga de prestigio afirmó en un espacio televisivo que si solo pensáramos en la salud seguiríamos confinados. ¿Hay algo más humano que cuidar la salud, es decir, cuidar la vida? Sin embargo, la decisión en todos los países (en unos antes, en otros después) ha sido que la economía neoliberal, tal como la conocíamos en febrero, continúe su curso, aunque eso cueste vidas humanas. En algunos países, por cientos de miles.

Por supuesto, un confinamiento riguroso no es sostenible ni deseable, tampoco humanamente. Es necesario salir de él, pero la clave no es salir, sino cómo, cuándo y, sobre todo, hacia dónde.

El coronavirus ha enfrentado a la sociedad capitalista a su espejo, y la sociedad capitalista, por el momento, ha decidido que estamos bien como estamos. Que no pasa nada porque decenas de miles de ancianos hayan muerto como animales en las residencias. Que el fortísimo descenso de la contaminación durante estos meses tiene que volver a los valores de febrero. Que la brecha digital seguirá siendo brecha mientras la producción no baje su ritmo. Que el teletrabajo solo se utilizará siempre y cuando pueda servir para explotar —más— a los trabajadores. Que el sistema educativo no va a cambiar ni a tiros, aunque para eso haya que asumir riesgos sanitarios o condenar a los alumnos a una teleeducación desordenada, frágil e ineficaz.

Lo humano debe seguir siendo inhumano para que el sistema funcione. Y, al parecer, ni siquiera con un rastro de más de cuarenta mil muertos en tres meses somos capaces de rebelarnos contra ello.

Nos dirigimos cuesta abajo y sin frenos a un tipo de civilización en la que podremos elegir el sexo al nacer pero los dos sexos seguirán emocionalmente en el pleistoceno. Una civilización en la que podremos vivir muchos más años, perdón, podremos trabajar muchos más años para que algunos gasten en una noche lo que los demás ganamos en meses. Una civilización en la que mientras la subida del nivel del mar ahogue las costas y las temperaturas máximas superen los cincuenta grados, lo celebraremos brindando desde una terraza exterior cerrada con aire acondicionado. Una civilización en la que aparcaremos a los niños en las escuelas y a los mayores en las residencias para que los cuidados no nos impidan montarnos en la montaña rusa del parque de atracciones para celebrar la vida.

Una civilización que no sea creada sola, sino que la creamos todos cada día. Con nuestras acciones o con nuestro silencio. Con mi silencio que no cuenten. Seguiré exigiendo que hagamos el camino de vuelta hacia lo humano, y espero que cada vez seamos más, para que a los que nos llevan hacia este despeñadero, al menos, les cueste dormir por las noches.

*Licenciado en CC de la Información.