Allá por los primeros años del siglo XX surgieron una serie de pensadores que pasaron a la historia como los formalistas rusos. Sus investigaciones, centradas en general en la esfera artística y, en particular en la literatura, hicieron temblar los asentados pilares decimonónicos de raíces positivistas. Y lo consiguieron, en gran medida, con aportaciones tales como el concepto de extrañamiento. Este extrañamiento era uno de los rasgos de la obra literaria. Pero, ¿por qué una obra literaria habría de extrañar? Las cosas habituales, rutinarias o cotidianas son simplemente reconocidas pero en ningún caso son percibidas de una manera auténtica. Se habla entonces de una percepción un tanto elíptica o automatizada.

Dentro del grupo de leyes admitidas universalmente, la ley de la economía de las fuerzas es una de ellas. Spencer escribía: "En la base de todas las reglas que determinan la elección y el empleo de las palabras encontramos la misma exigencia primordial: la economía de la atención... Ante esto, los formalistas rusos, y en especial Viktor Shklovski , postularon la necesidad de dar un tratamiento novedoso al material artístico para que éste cobrara una relevancia especial y llamara la atención del espectador-lector.

De este modo, se le obligaba a detenerse con más tiempo y detalle en su contemplación. En suma, había que desautomatizar , poner en funcionamiento ciertos procedimientos para conseguir, así, el extrañamiento.

Todo esto viene a cuento de que los nuevos planteamientos directivos en el Servicio Extremeño de Salud, tendrán, a mi juicio, dos caminos posibles. Uno, resulta obvio no solo en sanidad, sino en todo proyecto nuevo que pretenda llevarse a cabo, esto es, intentar hallar ideas más o menos eficaces que redunden en una mejor calidad sanitaria. Se me antoja que este camino será arduo y tendrá las dificultades añadidas de chocar con un contexto prácticamente inventado y en el que operan sensibilidades sociales y agentes económicos altamente poderosos. Requerirá, por tanto, un esfuerzo importante. Ahora bien, existe un segundo camino que convendría no perder de vista, perfectamente transitable, quizá más realista y a la postre considerablemente práctico.

Esta opción supondría extrapolar a la gestión sanitaria la idea básica de los mencionados formalistas rusos en cuanto al arte y buscar aquel extrañamiento, esto es, llevar a cabo procedimientos que podríamos llamar desautomatizadores para romper la ley de economía de las fuerzas. Las estructuras están ahí y los medios están dados. Haría falta, por tanto, sacarlos de su rutina, de sus hábitos cotidianos. De este modo, se conseguiría que las cosas no sean simplemente reconocidas, sino detenidamente pensadas para así poder determinar o verificar si vienen adecuándose a criterios de eficacia y eficiencia o, si por el contrario --como seguramente sea lo normal, visto desde la lógica y desde la ley universal de economía de las fuerzas--, aquejan automatismos que hayan implicado caídas en la indiferencia propios del lógico paso del tiempo y de la propia condición humana.

Obsérvese que aquella ley de economías es universal e intrínseca a la persona, pero si esa persona se circunscribe además al contexto de la Administración, y más aún de la Administración sanitaria con las características y condicionantes que la definen, el riesgo de automatización e indiferencia aumenta considerablemente.

Dos caminos, en fin, innovación y desautomatización , que justamente combinados revertirán en resultados satisfactorios que todos necesitamos. Si se descuida la segunda de las opciones, corremos el riesgo de pretender innovar sobre estructuras resentidas, lo cual no hará sino ahogar todo esfuerzo programado.