Por si no se habían dado cuenta, estamos ya inmersos en la precampaña electoral que dará con nuestros votos (o no, según el gusto del ciudadano) en las urnas en mayo del 2019. Es decir, el año que viene, ahí al ladito... Nueve meses que serán frenéticos en busca del apoyo de quienes tenemos la llave para que unos políticos se estrenen, repitan o se vayan a casa, a juicio de lo que cada hijo de vecino decida hacer su voto. Va a ser, cuando menos, divertido asistir de nuevo al teatro de los gestos, las broncas, los reproches y la guerra abierta que nos promete el curso que tenemos por delante.

Hablo cuando puedo con la gente de política y políticos. Y percibo hartazgo. Aún más. Como si ellos fueran un mal necesario en una sociedad que navega a otra velocidad que no es la misma de la de quienes se sientan en un pleno o acuden a un parlamento allá donde sea. Claro que no podemos meter a todos en el mismo saco, me dirán, pero la señal de alarma de la distancia entre ciudadanos y políticos se encendió hace ya tiempo para disgusto de algunos que creeían que nunca les llegaría el agua al cuello. Y así fue, valga el topicazo, entre corruptos, condenados y apestados. Por eso no sería un mal ejercicio en este arranque de temporada que todos nos preparáramos, de un lado y de otro, para lo que nos viene.

Hacer propósito de enmienda quizá sea excesivo porque cortaríamos a todos por el mismo rasero, aunque no estaría de más aplicar a partir de ahora una sobredosis de sensatez y de calma para los meses que se nos echarán encima tarde o temprano. Y lo más importante será que todos tendremos en la cabeza una palabra que se llama voto. O no. Al toro.