Diputado del PSOE al Congreso por Badajoz

Nuestro paradójico mundo es capaz de poner una sonda en Marte o Venus y simultáneamente incapaz de establecer un marco internacional económico que contribuya a erradicar la miseria extrema en dos tercios de la humanidad. Los pocos intentos habidos como son la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) o la Organización Mundial de Comercio (OMC), rápidamente han sido copados e instrumentalizados por las grandes potencias económicas, principalmente Estados Unidos. Y poco importa que el presidente de la OMC sea un tailandés con tan sugestivo nombre, desde nuestra óptica lingüística, como Supachai Panitchpakdi, porque mandan los que realmente mandan, USA por descontado, aunque empiezan a aparecer nuevas voces, como el boque China-India-Sudáfrica, Argentina y Brasil, es de suponer que la UE pinte algo también pero en cualquier caso estamos hablando de una organización de 148 países con necesidades e intereses totalmente diferentes. Sin duda que la OMC es manifiestamente mejorable, pero bueno es que exista. Y mejor sería aún si dependiese de la ONU y sus resoluciones fueran ejecutivas, como un paso más al necesario Gobierno Mundial.

Harina de otro costal es la estrella del debate de la presente ronda que se celebra en Cancún, las protecciones a las producciones agrarias. Seguramente que los desarmes arancelarios de muchas producciones son necesarios en unos marcos de tiempo racionales. Pero de ello apenas se van a derivar beneficios para los países subdesarrollados. Es más, las experiencias mundiales de desregulación de producciones ha sido tremendamente negativa. Lo ocurrido con el cacao y el café son ejemplos harto ilustrativos. Su desregularización hizo caer los precios mundiales, provocando en zonas ya de por sí muy deprimidas, la emigración de las poblaciones empujadas por el hambre. Los únicos que ganaron y siguen ganado mucho, fueron los dueños de las empresas mundiales que transforman estos productos.

Unas cuestiones tan complejas como son la producción, elaboración y distribución de materias primas agrarias para su transformación final en alimentos, no se puede reducir a una mera cuestión fiscal. Esta pretendida liberalización a ultranza de los mercados agrarios no favorece a los activos agrarios de ninguna parte del mundo. Favorece tan sólo a las grandes empresas que disponen de recursos tecnológicos para producir a precios muy baratos, y que aunque su paraíso sean los Estados Unidos, están ya en cualquier parte del mundo, por supuesto en Brasil. Tal vez la única excepción sea China, que está dispuesta a competir bien sacrificando el nivel de vida de su población campesina, no sería la primera vez que lo hace, o bien adaptándose al nuevo modelo productivo, lo que con estructura económica resultaría fácil. No nos engañemos, el debate de Cancún es el debate sobre qué modelo productivo agrario va a sobrevivir, el de carácter familiar o el de la gran empresa agraria. El enmascarar el objetivo fundamental, con el desarrollo de los países del tercer mundo a base de desarmes arancelario no deja de ser una cortina de humo consciente o inconsciente. El tejido agrario europeo en general y el español en particular, tienen actualmente por base la agricultura familiar, y aunque ésta está abocada por imperativos tecnológicos y de mercado a evolucionar a empresas de mayor dimensión económica, se necesita tino y tiempo para conseguirlo. Ambas cosas deseamos a Fischler.

El sector agrario necesita regularizaciones y el que éstas sean mundiales e imperativas, y a estos efectos la FAO debería dejar de ser la ONG que actualmente es para convertirse en el auténtico órgano regulador mundial de la agricultura y la alimentación.