XLxas encuestas muestran que los votantes son cada vez más conscientes de cuánto afectan en su vida diaria decisiones tomadas en Bruselas. Europa preocupa más a un elector mejor informado. La cercanía del vuelco electoral del 14-M añade la salsa picante de una política nacional morbosa. A poco que se nos hablara de Europa o de política, viviríamos un ambiente rutilante. Pero no se habla ni de una ni de otra. La surrealista agenda del soso palmeo electoral sostenido hasta hoy revela que estas elecciones no le vienen bien a casi nadie. Abundan las dudas y las perezas, pero desde los partidos, no entre los votantes. Si arranca una campaña que cuesta recordar que existe, se debe a la perplejidad de unos candidatos responsables de animarla, que ni saben para qué la quieren ni qué hacer con ella.

El partido socialista compite contra sí mismo y en su mejor versión electoral y eso suele provocar esquizofrenia. Su reto es mantener movilizado a un electorado remolón, que viene de moverse mucho y percibe el momento irresistible del Gobierno. La victoria se antoja tan rutinaria que el voto individual parece irrelevante y puede perderse en la abstención.

El PSOE necesita mantener un cierto estado de emergencia emocional y electoral. Mientras los populares se dedicaron a la confrontación, los estrategas de Ferraz lo tenían hecho. Bastaba con realimentar sutilmente la revancha de personajes como Eduardo Zaplana. El cambio de estrategia popular invierte la carga de la prueba. La explotación mediática del regreso de las tropas, o la obsesión de no pocos dirigentes socialistas por empezar hablando de lo que sea para terminar hablando de la guerra, tiene mucho que ver con este imperativo estratégico. Se quiere un resultado que impida cualquier relectura del 14-M. El camino más seguro parece convertir la campaña europea en otra contra el aznarismo. Pero José María Aznar ni está ni se le espera. Tomar el relevo del PP en el empeño de convertirla en una reválida de las generales es una jugada de alto riesgo. A poco que sus contrincantes jueguen con habilidad, provocaría el efecto contrario. Algo parecido, pero más grave le sucede a ERC. También les iba mejor contra Aznar, pero ahora además gobiernan coaligados con los socialistas, acreditados y voraces devoradores de sus socios.

Al Partido Popular le pasa lo contrario. Necesita la normalidad. Sabe que la derecha cumple mejor sus deberes con la urna dominical. Digerida la derrota y superada la estrategia suicida de buscar una segunda vuelta, tampoco afronta una perspectiva sencilla. Precisa mantener dispuesto a su electorado, porque Mariano Rajoy necesita obtener un resultado equilibrado para llegar vivo al congreso del partido y afianzar su liderazgo. La cuestión es cómo motivar a sus votantes sin activar las claves de la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero. Especialmente con un candidato como Jaime Mayor Oreja, quien con su discurso y su perfil es la perfecta espoleta andante capaz de detonar en cualquier momento la reacción no deseada.

Izquierda Unida afronta una verdadera prueba de supervivencia. La OPA amistosa que lanza el socialismo en cada elección, resultó demoledora en marzo. Ahora puede completarse la absorción. Juegan para evitar que su caracter de fuerza estatal derive en franquicia regional. O apela al drama, o apela a la justicia. Pero al elector le interesa la victoria, no la épica.

La novedad es Galeusca, coalición entre nacionalistas,, pero tampoco parece que lo vaya a tener fácil.

La mitad del electorado dice no saber a quién va a votar. Quién le cuente antes y mejor para qué quiere estas elecciones, se llevará la mejor parte.

*Profesor de Ciencia Política de la Universidad de Santiago de Compostela