Catedrático de la Uex

Vaya por delante una confesión. Leer hace unos días a Victorino Mayoral me supuso una dosis de aire fresco, ciertamente reparador. Menos mal, pues estaba sumido en un vértigo tal que hasta los cimientos más sólidos del pensamiento estaban a merced de los cientos de comentarios y artículos laudatorios que en pocos días, no más de dos semanas, he podido escuchar y leer de quien va ser el próximo presidente del gobierno de España, Mariano Rajoy, por supuesto. Tal presunción supuesta no puede ser otra si se observa el currículum (todo él positivo, nada negativo, diría algún entrenador de fútbol), que adorna una trayectoria política hasta ahora en un nivel simplón, pero desde la unción transformada por designio azul-celestial en una brillantísima carrera hacia un estrellato nacional, sin posibilidad de ser interrumpida por nadie al que le guste fastidiar.

Ya no cabe duda alguna, el candidato es él. Pero uno, que tiene la suerte de estar entre ese escaso número de personas que pueden hacer crítica de la cosa pública, tiene el convencimiento de haber asistido a una escenificación de tal calado, que lo menos importante era el nombre del actor principal. Si Rato hubiera sido el designado por Aznar, sus éxitos económicos hubieran adquirido carta de naturaleza sin parangón para decenas de articulistas y aduladores radiofónicos. Pero si el inigualable hubiera tocado con su varita mágica a Mayor Oreja, sus cualidades de sacrificio y su mesura al hablar hubieran sido realzadas de manera apabullante por el coro de la propaganda oficial. Incluso si la designación hubiera recaído en Acebes, la sorpresa, la admiración por su humildad pasaría a ser una realidad inmejorable, al compás de aplausos generalizados. Ya no caben tales dudas, el candidato es Rajoy. Las críticas vertidas sobre él por el diputado Mayoral son desde todo punto de vista acertadas, por cuanto relata hechos sucedidos y palabras pronunciadas por Rajoy en el Congreso de los Diputados. Incluso se quedó corto, pues omitió que la misma ironía irrespetuosa dedicada a la diputada Romero la generalizó para todo el PSOE: "¿Cómo no voy a ser gracioso después de escucharles a ustedes?".

En cuanto a la eficacia atribuida a quien ha pasado por diversas carteras ministeriales, baste recordar que el 25 de marzo de 1999, Rajoy, recién nombrado ministro de Educación, presentó al pleno del Consejo de Universidades sus compromisos de actuación ministerial: cambiar la LRU o en su defecto el título del profesorado; territorializar las becas y aumentar la financiación estatal; promover la movilidad de los estudiantes con el distrito abierto; modificar la figura del becario de investigación y mejorar la calidad del doctorado. No llevó a buen puerto ninguno de sus compromisos. Unanse algunas declaraciones que viene realizando desde que es candidato y queden con ellas constancia de una opinión divergente: "Aznar podrá hacer en el partido lo que quiera" (3-9-03). "Si gano estaré dos mandatos" (10-9-02). "La sucesión de Fraga va para bastante largo" (13-9-03). Tres ejemplos esclarecedores. El primero para situar a su valedor por encima de las reglas, y los otros dos como canto a la contradicción más palmaria. En fin, por su lado José Antonio Sánchez (director de la TV pública) variando sus declaraciones del pasado mes de agosto ("me emociona más el Papa que mi mujer"). Ahora, septiembre, su emoción está permanentemente ocupada por Rajoy. ¿Su próximo jefe?