Hay muchas razones para defender la llamada «discriminación positiva» a favor de las mujeres en el acceso a cargos o roles tradicionalmente copados por varones. La más fundamental es la innegable discriminación histórica que han sufrido y que debemos borrar del mapa de la manera más rápida y eficaz posible. Otra es el dato objetivo de que la formación de las mujeres es hoy, en la mayoría de los campos, igual o superior a la de los varones. La tercera remite al hecho de que ya existen otras políticas de discriminación positiva (hacia minorías, personas con diversidad funcional, familias numerosas, etc.) que no provocan ningún reproche. Ahora bien, aunque reconozca la utilidad y legitimidad de las políticas de paridad en la lucha contra la desigualdad de género, creo que hemos de vigilar que estas no degeneren en arbitrariedades inadmisibles.

Uno de esos errores es el que resulta de confundir la discriminación positiva en relación a criterios más imparciales de elección (por lo cual, a igualdad de méritos, se escoge a una mujer antes que a un varón para un determinado puesto, evento, lugar en un canon, etc.), con la discriminación positiva como criterio de elección por encima de cualquier otro.

Curiosamente, este error suele darse solo en aquellos campos que, o bien se consideran -no menos erróneamente- como «decorativos» (el arte, las humanidades, ciertos eventos o instituciones), o bien están carcomidos por la inconsistente creencia en la «objetiva» imposibilidad de criterios objetivos. En otros campos (la medicina o las ciencias «duras» por ejemplo) a nadie en su sano juicio se le ocurre «repartir» los cargos, los artículos en revistas o los premios académicos en forma, sin más, paritaria. Cuando alguien va a un hospital o se matricula en una facultad de ciencias no elige (lógicamente) aquel o aquella en la que existe más paridad de género, sino aquel o aquella que cuenta con más profesionales de reconocida eficacia y prestigio (y si además hay paridad, mejor). Del mismo modo, cuando uno va a una exposición de pintura o lee un manual de filosofía debería esperar siempre encontrar allí las mejores pinturas o ideas filosóficas, sean cuales sean el género, la raza o la nación de quien las pinta o piensa. Pero no, en este caso algunos creen que se puede confundir del todo la cultura con la política. Total -parece pensarse-, como nadie sabe bien qué es el arte, y la idea de que existan ideas mejores o más verdaderas (en letras) parece ingenua -y hasta un poco fascista-, ¿qué más da imponer sin más criterios paritarios?

Se aduce a veces que, dado que los criterios para decidir a quién se exhibe en una exposición, se le da un premio o se dispone en un programa académico (de letras), son una mera «construcción cultural» (los que creen esto descartan -por supuesto- que su creencia sea también una construcción cultural) y, sobre todo, una construcción cultural injusta (heteropatriarcal, etnocéntrica, etc.), toca decapitar dichos criterios y usar otros nuevos.

No me parece mala idea, pero solo si se demuestra que aquellos criterios están viciados y se proponen, a cambio, otros racionalmente más objetivos -desde la asunción de la posibilidad de tal objetividad, sin lo cual todo se reduce a la fuerza, aunque sea la de los votos-. Mientras tanto, el canon de un arte o un saber solo puede ser el que es. Tal como el hecho de que con él se muestre que si no ha habido más mujeres artistas, científicas o filósofas no es, fundamentalmente, porque su «genialidad innata como mujeres» (un mito populista igual que el que, a la inversa, mantiene el patriarcado) haya sido escondida o reprimida sino, simple y brutalmente, porque se les ha negado todo acceso a la cultura y a la expresión de su talento personal. Negar esto, buscando bajo las piedras figuras femeninas, sean las que sean, para dar a toda costa al canon histórico una apariencia paritaria que jamás tuvo la sociedad que lo produjo hace un flaco favor a la lucha por la igualdad de género. La historia no se puede reescribir. El canon presente y futuro sí y, si todo marcha como es debido, este tendría que estar, al fin, repleto de mujeres.

*Profesor de Filosofía.