Instalados en el cortoplacismo que dan los resultados electorales, esta mañana muchos políticos pensarán que el objetivo está conseguido. Ganar o pactar, da igual lo que sea para sentarse en el sillón y aguantar cuatro años con la ley del todo vale. En estos tiempos cansinos de mensajes repetidos y descrédito de lo que debería ser el servicio público de los gestores elegidos en las urnas, una duda metódica me asalta cada vez que empieza una legislatura: ¿serán capaces de cumplir todo o, quizá, parte de lo que han prometido? En esa respuesta solo hallo escepticismo e inquietud. Escepticismo porque mi confianza ha decrecido tanto que ya pienso que muchas veces no nos merecen. Inquietud porque al pozo de la política han ido a parar los menos preparados y de quienes, tantas veces, no se les conoce otro oficio. Por eso, sería bueno que desde hoy se pusieran la camiseta del ciudadano anónimo que quiere soluciones y no problemas, y se quitaran de una vez por todas el disfraz de buscavotos al que hemos asistido. A los políticos que vienen hay que exigirles compromiso, decencia y gestión para hacer mejor la vida de las personas. Hace unos días, uno de ellos me contaba en el fragor del mediodía en un bar que hay otra manera de hacer las cosas, que las cosas pueden cambiar y que es posible gestionar con otras fórmulas el funcionamiento de un ayuntamiento con el fin de agilizar trámites y optimizar el trabajo del funcionario. Me conmovió su manera de contarme que otro mundo es posible pero, sobre todo, me dio la sensación de que volver a escuchar ese mismo mensaje que sabe a desgaste. No dejen de vigilar. Ya están de nuevo aquí para que cumplan el axioma de mejorar nuestras vidas. Pero no lo olvide: no hay quien se fíe de ellos. Su voto ya lo tienen o no. Ahora solo les queda ponerse a trabajar. ¿Será de verdad?