Desde hoy se celebra en Cáceres un congreso dedicado a los cantautores. Cantautaria se llama.

Tiene lugar en el Gran Teatro y rendirá homenaje a la figura del gran Pablo Guerrero, a quien el sábado los organizadores entregarán la Encina de Plata por sus años, que son muchos, en defensa de los hacedores de canciones, unas veces interpretadas por ellos mismos y otras para deleite de otros con solo ponerles voz y música.

Háganse la pregunta y respondan en voz baja: ¿quién ha sido el cantautor de su vida?

Ahora que los mayores se han hecho más mayores --Aute se recupera afortunadamente en el país donde los cubanos siguen malviviendo mientras Luis Pastor continúa dando guerra y hasta Tontxu se ha enamorado de la Sierra de Gata--, ha aparecido una legión nueva que apenas canta a lo de antes.

Y lo de antes era dar cera, por no decir otra cosa, al régimen establecido, aunque el amor, el desamor y todas sus variables fuesen un buen reclamo para calar en el corazón de la gente.

Y es que para los «nuevos» cantautores --alguno habrá que me lleve la contraria-- la vida es mucho más. Letras urbanas, historias increíbles y hasta cierto desapego a sus padres artísticos de entonces, aunque se diga en voz baja porque vacas sagradas siempre seguirá habiendo.

Por eso hay que aplaudir que artistas y fans se reúnan a filosofar sobre la figura del tipo con la guitarra, capaz de todo en garitos de poco.

Les contaría anécdotas imborrables con un buen puñado de ellos, pero me quedo con aquella noche en un local de referencia donde unas cuantas jóvenes se arremolinaban en torno a uno de los cantautores de moda. Él podía haber sido el padre de alguna de ellas, pero era su ídolo. Daba igual que hubieran pasado 30 años desde entonces. Los cantautores siempre han fascinado. Por eso continúan vivos y de milagro.

* Periodista