Dramaturgo

Mira que andaba fino y casi hablaba en tejano, que de lo integrado que estaba, casi se desintegra. En las Azores conoció la cima del mundo mundial llamado por los dioses (Bush siempre habla por boca de los dioses) y como un anticiclón de las ídem, vino, vio y convenció a esta España de cartón piedra y farolillos sobre la necesidad de ir a Irak y machacar los dátiles con los argumentos de los perros de la guerra.

Pero se acabó el arroz de marisco. Ahora no le llaman y la entente franco-alemana ha brindado con cerveza pero sin pinchito (que me perdone la metáfora, pero se me asocian ideas malignas). Y él, más chulo que los gatos de la calle vallisoletana de Colmenares, se ha ido a Libia y le han regalado un caballo (El rayo del líder , que no es el Rayo Vallecano, pero se le parece) y Gadafi vestido de enfermera satinada o de Yola Berrocal después de meterse un chute de silicona, le ha contado chistes: "¿Sabes aquél que diu que estaba el Fidel en Cuba y le llama Gadafi, o sea, yo...?" Eso son desaires, sí señor... si no me dicen "ven José Mari" me voy con otro, con Gadafi, que se está haciendo bueno.

Esos son desaires como los de Currillo de Jerez, cuando después de una noche de juerga señorita en casa de los Domecq y al ir a cobrar al alba, va y le dice el cacique: "¿No te parece pago haber bebido mi vino, comido mis pescaítos, alternado con mis amigos y sentarte en mi silla junto a mis caballos?" Y desde la puerta, Currillo va y le dice: "Que la próxima se la canten los curas".

Desaires son y abanicos de Rajoy para meterle al huracán Isabel más adentro, soplando desde Fisterra, donde todo es posible. Para meterle al Isabel en el despacho oval. ¡Olé y arsa!