Pocas cosas me desazonaron más, entre las noticias del domingo, que la defensa a ultranza de Mariano Rajoy ante su inasistencia a la manifestación, que todos decían querer unitaria, del pasado sábado en Madrid. Temo que, como me ocurre a mí mismo, son muchos los que no han acabado de entender las razones del PP para no asistir a un acto claramente enfocado, aunque algunos comentaristas de cámara en Génova digan lo contrario, a denunciar los crímenes de ETA. Pero siempre es el momento de la autocrítica, que es bien precioso y escasísimo en la ramplona política española, sea la del gobierno o la de la oposición.

Pienso que la semana pasada no fue precisamente buena para la idea que los españoles tenemos de la política en general y de nuestra clase política en particular. Tampoco los comentaristas, como estamento en general, hemos brillado por nuestra altura de conceptos: nos hemos cebado con un ´lapsus´ verbal del presidente, como si eso fuese lo más significativo del mundo acerca de su escasa voluntad de terminar con la banda del terror; nos hemos enredado con los excesos del presidente de algunas víctimas, Alcaraz , cuyo espíritu escasamente unitario se pone de manifiesto a cada paso; nos hemos enzarzado en que si determinada pancarta debería haber incluido una palabra, ´libertad´, que, al final, sí quedó incluida, pero sin resultado, porque el principal partido de la oposición siguió anclado en su ´no´ a participar en la marcha.

XY, CLAROx, nos hemos indignado, dándoles más cancha de la que merecían, con unas palabras de un famoso actor, que pidió --pero ¿quién diablos es él para decir estas cosas?-- instalar ´un cordón sanitario´ en torno al PP. Como si se pudiese aislar, merced a la ´boutade´ de un famoso, por muy famoso que sea, a diez millones de españoles que votaron esa opción. Y luego, la manifestación, que simbolizó la desunión, y ante la que ETA, encantada siempre de sembrar la fricción entre los demócratas, seguro que se frotaba las manos ensangrentadas.

Ya digo: malos tiempos para valorar lo importante cuando queda oculto por la hojarasca de lo accesorio: tanto mirar a la corteza del árbol no nos permite ver ni los árboles ni, menos aún, el bosque. Y el bosque es el horror instaurado por ETA, ante el que la sociedad española reclama, me parece, una respuesta unitaria y solidaria.

¿Cómo recuperar esa unidad y, de paso, cómo puede esta clase política a veces inenarrable adquirir nuevo prestigio entre la opinión pública? Temo que no bastará con las buenas palabras que puedan dirigirse Gobierno y oposición en el debate parlamentario de hoy. En el que Zapatero tendría que aportar datos de lo que ocurrió en el proceso de conversaciones y, luego, las razones por las que se rompió tan bruscamente. Y tan inesperadamente para quienes lo alentaban. Un debate en el que, por otro lado, Rajoy tendrá que hilar más fino y explicar por qué ha dado la espalda a la oportunidad de liderar la marcha contra el terror, por un quítame allá esa palabra en la pancarta.

Pero el debate de hoy lunes tendría que ser un primer paso, de mano tendida con sinceridad por parte del Ejecutivo y de flexibilidad, comprensión y generosidad por parte del principal partido de la oposición. No se puede proclamar constantemente que se quiere la unidad y, al tiempo, insultar groseramente al otro. Y eso es lo que, esperemos, no debe ser el debate. No es lo que quiere la sociedad española que se lanzó, sin pancartas partidarias, a apoyar a nuestros hermanos inmigrantes, que esta vez han sido los que han puesto la sangre sobre el platillo.

*Periodista