El atentado contra la sede de Naciones Unidas en Bagdad agudiza el caos, la frustración y la hostilidad iraquís contra el ocupante, pone en vilo a las cancillerías y tiñe de luto a la comunidad mundial por la muerte de uno de sus funcionarios más vocacionales y brillantes, el brasileño Sergio Vieira de Mello. Ante la magnitud del desastre, resulta desalentador comprobar que Estados Unidos, Gran Bretaña y sus aliados, obsesionados por eliminar a Sadam Husein, no supieran prever que la ocupación de Irak provocaría resistencia interna y ofrecerían a la organización criminal Al Qaeda un pretexto y un campo propicio para sus atrocidades. Cuatro meses después de tomar Bagdad, los vencedores admiten que las medidas de seguridad deben ser revisadas por completo.

Como el ataque contra la Embajada de Jordania, el camión bomba contra la sede de la ONU encubre mayor sofisticación que el simple hostigamiento del ocupante. Y si se recuerda que el mundo árabe musulmán, al menos en sus sectores radicales, desconfía de la ONU y denuncia el apoyo que ésta presta a Estados Unidos, ya se trate de Palestina o de Irak, sólo queda concluir que la ocupación desestabiliza la región del petróleo, alienta el choque de civilizaciones y socava las instituciones internacionales.