El actual sistema público de pensiones no sirve. Si queremos dejar de estar pendientes de la edad de jubilación tutelados por los políticos, el modelo tiene que ser de capitalización. No soy partidario de que el Estado me diga cuánto le tengo que dar para que luego me devuelva lo que le dé la gana y, además, me diga cuándo me tengo que jubilar. El método del reparto es insostenible. El reparto obliga a ensanchar la base de la pirámide; es decir, que los que aporten sean más que los que reciban, como en toda buena estafa piramidal. El esquema de capitalización, aplicado en algunos países como Chile, Austria y, en parte, Alemania, es la única alternativa válida.

¿Cómo se puede hacer la transformación? Pues con gobernantes valientes que expliquen la realidad del sistema español, por enésima vez revisado: en cada una de las reformas los futuros pensionistas pierden poder adquisitivo. La reforma necesitaría de una inyección de capital al Estado, y sería necesario echar mano del ahorro acumulado en el fondo de garantía para que los que ya han aportado dinero y están recibiendo su paga de jubilación la puedan seguir recibiendo mientras se pasa del reparto a la capitalización. En este último modelo, cada cotizante ahorraría un dinero en una cuenta propia de la Seguridad Social y ese dinero se capitalizaría en los mercados monetarios.

Con la capitalización no estaríamos condicionados por la pirámide --en este caso, la demográfica-- ni por el número de parados. Además, nadie nos obligaría a jubilarnos a una edad concreta. El procedimiento permitiría retirarse cuando uno considerase oportuno con el dinero ahorrado en la Seguridad Social. La última reforma que ha hecho el Gobierno acrecienta la sensación de injusticia.

Jorge Baeza Beltrán **

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