XDxesde la dignísima redacción de éste periódico, más con frecuencia, a veces se me conmina, invita, exige a cumplir con los pactados caracteres que ha de rellenar mi columna. Los caracteres, pues, son estas letras que van formando palabras, las palabras, oraciones y estos pensamientos, si es que uno los tiene, no se crean.

La reprimenda de los míos --los caracteres, digo-- siempre se producen porque van de menos, porque no es la foto la que acompaña a la columna, sino todo lo contrario: una foto que parece un póster y flanqueada por la tacañería de mi texto o caracteres.

Cosas de la vida, hoy tengo textos o caracteres para dar o aburrir. Hubiera necesitado un suplemento para decir y caracterear todo lo que se me viene a la boca. Pero el espacio del periódico es sagrado, aunque todos los pensamientos están en línea de meta, sólo algunos llegarán a ustedes, como los espermatozoides.

Tan generoso de temas y argumentos estoy, que derrocho mis líneas trayendo a éste mi sitio a don Antonio Román, que en carta al director (22 de abril), pierde caracteres de tolerancia con tantos demostrativos que le alejan de una realidad y, por lo demás, justa la de los homosexuales: "Ese colectivo gay"; "peculiares prácticas... (sic) en privado", "insultos y escarnios a los matrimonios legales". Las perlas de don Antonio no tienen desperdicio: contranatura y su dignidad de varón, por no hablar del susto de este hombre, que se acojona de cómo tanto maricón se despipa sin control. Supongo que a don Antonio, le parecen más pronatura las mujeres hostiadas por la dignidad de su varón, porque para eso las creó Dios. Demasiados caracteres gastados para tan poco espacio.

Lo que me queda, este resto de espacio, es más gratificante y sobretodo conciliador: Mérida inundada por 17.000 bachilleres, que oyen de sus propias voces las grandes tragedias grecorromanas, que nos han hecho hombres y mujeres. La palabra de nuestras miserias y debilidades, de nuestra ambición y servidumbre, para convertirnos, don Antonio, no en mitos y dioses, sino en seres perdidos, buscando uno su felicidad, y los dioses, la de todos. La feria de los libros, donde se esconde el verdadero sueño de la vida, pero atrincherados en la palabra y, sobre todo, que todas las palabras valgan. Hasta la suya.

Pero derrochar, derrochar líneas, caracteres y lo que se me ponga es con lo conseguido por esta Extremadura, que lleva un estrebejí imparable, de cultura y de horizonte: un Max para el teatro extremeño. Con El búfalo americano, el Teatro del Noctámbulo nos ha traído no una manzana pecadora, sino la certidumbre de que esta tierra es más que un paraíso de alcornocales vírgenes. Caracteres y columnas por la voz hermosa de José Vicente dedicándole el premio a su tierra. Moirón --ya lo sabe-- pertenece a una generación de actores a los que el teatro eligió. No ellos a él. Voz que se mide con cualquiera en un duelo que llega a donde sea. Paco Carrillo, de cuerpo grave y alma llorona, se mete en el texto de Mamet sabiendo que el búfalo del americano puede llegar y no llegar a nada. Kiko Magariño despierta y se rescata con un sueño Max. Lumbreras despeja de juventud lo que tendrá que venir. Esa y ésta es la Extremadura por la que hay que perder caracteres y hasta aceite si hace falta.

La religión, como la sexualidad, permanece en el ámbito de lo privado y el respeto. Que nadie gaste caracteres en marcarle un camino a nadie. Y lo que es peor, perderlos por imponer verdades.

*Autor teatral