Tomás Martín Tamayo siempre dice que él, como profesor de la prisión de Badajoz de toda la vida además de escritor, ha visto al más fornido de los reos doblarse ante la realidad de una celda. Que la cárcel viene a ser una especie de cura de realidad, la cual se lleva por delante al más duro del rebaño por mucho que se empeñe en sus errores. Traigo esto a colación de la deriva que están protagonizando los independentistas catalanes encarcelados de un tiempo a esta parte, los cuales en menos de dos meses han renegado de sus principios con tal de volver a casa haciendo ver al juez que los delitos cometidos fueron algo así como un espejismo, un delirio alentado por la masa cuya pena no están dispuestos con comerse en solitario. Los mártires, en suma, son de otra época y se inmolaban por no tener que renegar de dios, nunca por una DUI o una república independiente.

El Periódico de Cataluña titulaba ayer «Baño de realidad» ante este nuevo escenario de arrepentidos y no puedo estar más de acuerdo. El acto de contrición de los Jordis y otros independentistas encarcelados ha sido tan rápido que casi no ha dado tiempo a digerirlo: ni valentía ni principios ni martirio por una causa noble que se saludó desde la escalinata del parlament mientras la CUP alzaba el brazo y cerraba el puño en señal de victoria revolucionaria. El poder del Estado se hace visible y las burlas al mismo se pagan, lo que rápidamente han entendido como corderos y no como lobos Artur Mas, Carmen Forcadell, Carles Mundó, Joaquim Forn, Jordi Sànchez o Jordi Cuixart. Casi nada.

Sólo el iluminado de Carles Puigdemont parece seguir adelante pero desde la capital belga porque, a estas alturas de la película, no me extrañaría nada que el propio Oriol Junqueras se despertara un día de estos en su celda de Estremera y se preguntara qué hago yo aquí perdiendo el tiempo. Porque aplicando solo un diez por ciento de raciocinio cabe pensar que un estado de derecho no va a consentir la constitución de un parlament con gente en la cárcel ni mucho menos la investidura de president en diferido o por Skype desde Bruselas.

En resumen, que los pesos pesados del independentismo se bajan del tren de la unilateralidad (literal en palabras de algunos de ellos como Joaquím Forn), y que el PDECat y Esquerra Republicana, ojo, respetan que los presos «hagan lo que puedan», (también literal), para salir de la cárcel. ¿Pero alguien puede pensar que esto es serio? ¿Mentir con tal de salvar el trasero y esperar qué? ¿Que el Estado se despiste y puedan volver a las andadas? ¿Pero se puede confiar en quien echa mentiras ante los ojos de sus representados solo para salvarse del lastre judicial? Que desazón.

Siempre uno piensa que trata con políticos de altura, pero el acontecer de los tiempos me ha demostrado que no es así, que es verdad aquello que opinan algunos de que muchos de estos dirigentes que se dedican a la cosa pública viven una realidad paralela y fían sus vidas a la misma hasta que un guantazo político, electoral o en este caso judicial les da una cura de realidad. Creo que es el caso.

Ahora, la ingobernabilidad de Cataluña es un hecho desde la convocatoria del referéndum ilegal del 1-O. Y tal y como van las cosas, la aplicación del 155 va para largo aunque aún puede ser peor y ver una nueva convocatoria de elecciones antes del verano. Lo que parece claro es que el bucle en el que andamos metidos no puede tener arreglo mientras no exista una mayoría cualificada que ponga orden y cabeza. Siempre queda la esperanza de que Esquerra Republicana, quien anhela gobernar aunque tenga que dejar aparcada la DUI, decida abandonar la vía Puigdemont y explore otros caminos con tal de tomar nuevamente las riendas y redirigir la economía de la comunidad.

Apelar a ello es la solución, optar por la vía Puigdemont no deja de ser un laberinto sin salida y plantear nuevas elecciones un melón sin abrir cuyo resultado puede ser aún peor para casar las hipotéticas alianzas. En cualquier caso, con el independentismo herido y el constitucionalismo en alza, el escenario es favorable. Aunque siempre cabe la ley de Murphy de que si algo puede salir mal, tiene todas las posibilidades de que, en efecto, salga mal. Veremos.