El 26 de marzo de 2017, Susana Díaz presentó su candidatura a las primarias del PSOE en Ifema (Madrid). La crónica de Gerardo Tecé rezaba: «Sólo faltó Marcelino marcándole el gol de cabeza a Rusia. El resto del establishment histórico acudió a cerrar filas al toque de corneta ordenado desde la capitanía del sur. Estaban todos los que alguna vez fueron (...) y, por supuesto, las vacas sagradas: Felipe, Alfonso o José Luis (...) unidas todas en torno a eso que, por su capacidad de movilizar, se conoce como El Aparato».

Algunos nos echamos las manos a la cabeza aquel día, ante la incomprensible torpeza de tan inteligentes veteranos. No porque fuéramos simpatizantes de Pedro Sánchez, sino porque, ganara quien ganara, aquel cierre de filas era completamente perjudicial para el PSOE y para quienes lo ejecutaban.

Pasó lo que tenía que pasar. Aquello fue algo así como la carga de la brigada ligera: 25 de octubre de 1854, Guerra de Crimea. Batalla de Balaclava. Lord Cardigan manda a la caballería británica atacar posiciones enemigas equivocadas y pierde la mitad de los soldados a manos del ejército ruso. No estoy seguro de si se harán tantas películas de lo sucedido en Ifema en 2017 como de lo que aconteció cerca de Sebastopol en 1854, pero el desastre estratégico es perfectamente comparable: un gran ejército se equivocó y se inmoló, todo junto, el mismo día, a la misma hora.

Me acordé de aquella ineptitud histórica al escuchar estos días a Juan Carlos Rodríguez Ibarra opinando sobre el pacto que Pedro Sánchez ha rubricado con Pablo Iglesias, refrendado por el 92% de los militantes socialistas. Recordé también una conversación que tuve el 19 de julio de 2017 con él, durante el transcurso del XII Congreso del PSOE de Extremadura.

Ese día, Ibarra había intervenido en la apertura del evento y había dicho, entre otras cosas, que quienes defendíamos la limitación de mandatos en pro de la higiene política debía ser porque teníamos alma de corruptos, puesto que la corrupción no depende del tiempo que se permanezca en el poder sino de la cualidad ética de cada cual. Al coincidir en la cafetería del Congreso, algunos militantes que no estaban de acuerdo se dirigieron a él; yo, que había sido el único candidato en las primarias previas a ese Congreso que había defendido la idea contraria, me vi obligado a intervenir en la conversación.

Escuché atentamente a Ibarra, porque siempre hay que escuchar atentamente a quien tiene más experiencia que tú y ha demostrado diversos e importantes talentos. Le escuché y, como no estábamos de acuerdo, intercambiamos algunas frases en un tono elevado pero correcto. Hablamos de otras cosas, como el artículo de la Constitución que se refería a las «nacionalidades» —asunto en el que también diferíamos— y ante el que Ibarra utilizó el argumento de autoridad definitivo: «Yo estaba allí» (cuando se redactó la Constitución).

La conversación terminó abruptamente por la algarabía que nos rodeaba y lamenté no haber tenido tiempo de decirle: «Entonces, si usted estaba allí, es responsable de que aquella Constitución haya resultado fallida para mi generación».

No sé si a quienes protagonizaron la «carga de la brigada ligera», compañeros de opinión y de cohorte de Rodríguez Ibarra, les saldrá el orgullo de decir «yo estuve allí» (en Ifema, perdiendo junto a Díaz). Tampoco sé si la sentencia de los ERE, que afecta al PSOE de la época de Ibarra, habrá hecho cambiar de opinión al ex líder del PSOE extremeño sobre cómo afecta a la corrupción el hecho de perpetuarse en el poder.

Lo que me sorprende es que quienes protagonizaron el desastre de la «carga de la brigada ligera» quieran interpretar una segunda parte, haciendo alarde público de otro motín contra Sánchez. Es verdaderamente difícil de entender. Y aún así, desde el máximo respeto y la atención que merece, yo siempre defenderé que Rodríguez Ibarra pueda dar su opinión pública como militante del PSOE, aun teniendo muchas dudas de que en la época en que él dirigía con mano de hierro el PSOE extremeño hubiera tenido la misma consideración conmigo como militante discrepante.

Quizá la mayor dificultad para cada generación es saber reconocer «el espíritu del tiempo» que viene tras ella.

*Licenciado en Ciencias de la Información.