Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido». La cita, atribuida a Otto von Bismarck, cobra toda relevancia aún dos siglos después. A pesar de ellos ninguna nación es indestructible, ni eterna, ni merecedora de tanto litigio, llámese España, llámese Cataluña. El ‘Canciller de Hierro’ representa quizás todo ese empuje nacionalista cuyo ocaso ha dado lugar a más nacionalismos a pequeña escala en lugar de a su esperado final.

Pero esta semana la televisión nos ha dado un momento de oro, que ojalá en el futuro suponga también un giro histórico: el encuentro entre Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, y Ada Colau, regidora de Barcelona. Las representantes de las dos ciudades más importantes del país juntas, en sintonía, apostando por el diálogo frente a la indecencia de la Generalitat y las bravuconadas judiciales del Gobierno central.

Hay quien dirá que no dieron ninguna solución concreta, que no son claras, que el modo en el que hacen política es utópico. Es sabido que los extremos se tocan. Y no hay nada que más odien que a aquellos que no entran al juego de la polarización, de la inquina, de una aversión irracional.

Bien sabe Carles Puigdemont que la integridad territorial de los Estados no se puede romper unilateralmente y que el derecho a la autodeterminación no se aplica a su comunidad, que nunca ha sido colonizada, mal que le pese. Mariano Rajoy reconocerá que la vía judicial no tiene solución, ni esperará que detengan al millón de personas que se manifestaron el pasado 11 de septiembre a favor de la independencia. Es el viaje hacia ninguna parte representado por dos varones ineptos.

Frente a esta terquedad, no se sabe muy bien si producto de la convicción, de la incapacidad, o de algún otro interés no muy claro, dos mujeres ponen la cara y se dan la mano, cuando se está llegando peligrosamente a un punto de no retorno. La nueva política debería consistir en dar más espacio a lideresas como ellas. A lo que representan. Menos testosterona, más democracia.