Es cierto que la labor de los periodistas consiste en buscar la noticia, perseguirla, rastrearla y finalmente presentarla, sea cual sea. Gracias a ellos el mundo es un lugar menos oscuro donde no solo triunfa la versión de los de siempre. O sí, pero al menos conocemos la otra parte de la historia, y no quedan ocultos hechos que muchos querrían silenciados.

También es cierto que los periodistas no son responsables del uso que se haga después de las noticias que consiguen, trituradas y manoseadas en programas donde no se ha abierto un periódico en la vida. Aun así es fácil contaminarse o quizá lo difícil es mantener los principios cuando tus jefes piden que te pongas a la altura de quienes nunca deberían llamarse periodistas. Por eso, los informativos se han convertido en crónicas de sucesos y las llamadas noticias de sociedad ganan por goleada al naufragio de Lampedusa, por ejemplo. Y por eso también, cada día nos estalla en la cara algún dato más sobre la terrible muerte de la niña de Galicia.

Por si no fuera ya terrible, hay quien se recrea en condenar a los padres sin juicio previo, en husmear en su vida en busca de datos que confirmen su culpabilidad, y en añadir apuntes truculentos. Y son muchos los que han utilizado el adjetivo adoptivo como si fuera una lacra que explicara todo, pasando por alto que han existido otros casos igualmente terribles en que ese adjetivo no pintaba nada. Es cierto que ser periodista es perseguir como un lobo la manada de noticias, pero lo que algunos están haciendo después es más propio de animales carroñeros, de hienas que se regodean en el inmundo lodazal de la carnaza.