El centenar largo de muertos, entre ellos niños y ancianos, que ha dejado en Gaza la operación Invierno Caliente ha desvanecido las pocas esperanzas depositadas en el proceso de Annápolis, promovido por el presidente Bush, y ha dejado la crisis palestino-israelí a expensas de la lógica de la guerra. La carnicería desencadenada por Israel en Gaza ha precipitado la ruptura de las reuniones de la Autoridad Palestina con el Gobierno de Ehud Olmert y ha desbaratado la hoja de ruta pergeñada por EEUU con la intención de allanar el camino para la creación de un Estado palestino antes de acabar el año.

Mientras la Casa Blanca se atreva solo a pedir con la boca pequeña que acabe la matanza, es improbable que cambien los datos esenciales del problema. La desproporcionada reacción del Ejército de Israel a los ataques con cohetes de Hamás, absolutamente injustificables, sí ha sido condenada con decisión por la ONU y la UE, algo que no tiene ningún efecto sobre el terreno porque ambas organizaciones carecen de influencia sobre Olmert y sus ministros. Además, los europeos pechan con el lastre de no haber aceptado la victoria islamista sin trampas de enero del 2006.

El resultado es la impunidad de Israel para perseverar en el castigo colectivo y condenar a la desesperación a una población martirizada, sometida a la presión militar y la asfixia económica. Una impunidad que ha permitido a un miembro del Gabinete israelí amenazar con la shoa (holocausto) a la población palestina, en un ejercicio de desprecio absoluto de la tragedia vivida por los judíos en Europa a manos de los verdugos nazis, algo que, por desgracia, no le ha obligado a dimitir, hundido en el oprobio y la deshonra.