La pregunta sobre si el repunte de casos de covid-19 iniciado en julio y desatado en agosto merece la calificación de «segunda ola» de la epidemia tiene cada vez clara la respuesta. Sí, lo es, aunque aún hay un margen de tiempo, cada vez más estrecho, para hacer que sea muy distinta de la primera. En algunas regiones como Madrid, aún lo es más. Fernando Simón advirtió al Gobierno de Isabel Díaz Ayuso de que si el actual ritmo de expansión de la pandemia no empieza a dar señales de contención, será inevitable tomar «medidas drásticas». La injustificable tardanza en disponer de los medios a los que se comprometieron los gobiernos autónomos tras el fin del estado de alarma y la relajación estival han colaborado en la ola de rebrotes: pero da la impresión de que mientras las reacciones tardías de comunidades como Cataluña aún no consiguen atajar el incendio pero sí que no se desborde, en el caso de Madrid ni siquiera se ha sabido reconocer y enmendar el error. Ahora llega una semana clave para llegar al reinicio de la actividad laboral sin que el virus esté circulando de forma incontrolada, presto a multiplicarse en centros de trabajo y transportes públicos. Y tres semanas hasta el inicio de la actividad escolar. Ni la economía del país, ni la estabilidad de las familias, ni las necesidades de los alumnos pueden permitirse otro parón.

Pero si quizá hay tiempo para doblegar la curva siempre que las recomendaciones sanitarias se cumplan con mayor cuidado, no está tan claro que las escuelas lo tengan para emprender el vasto cambio organizativo. Después de que se descartase la reducción del número de alumnos por clase (supuestamente por no considerarlo necesario las autoridades sanitarias, aunque es plausible sospechar que por la enormidad del reto que planteaba) los centros debieron elaborar sus planes de reincorporación el mes de julio, que ahora deberán rehacer, reorganizando grupos y horarios, buscando nuevo profesorado y espacios adicionales contrarreloj. Lo que en julio ya se veía una montaña ahora abruma aún más, lógicamente, a familias y educadores. Volver a reunir en las aulas a centenares de miles de alumnos es un riesgo (aunque también se quiere convertir en una oportunidad a través de un cribado masivo). Y lo es tanto hoy como lo era cuando se pecó, en el mejor de los casos, de exceso de optimismo en las previsiones. Y en el peor, de negación irresponsable de la realidad.