Las generaciones jóvenes que conocieron a Santiago Carrillo como un agudo tertuliano de la cadena SER, con el verbo sosegado y el profundo conocimiento de la historia que dan los años quedarán seguramente impactados por el retrato que del político recientemente fallecido hace el historiador Paul Preston en el libro El zorro rojo (Debate). Cabeza visible del PCE en la lucha antifranquista, sobre Carrillo han caído chuzos de punta, sobre todo, por su supuesta implicación en la matanza de Paracuellos del Jarama, al principio de la guerra civil. Incluso en los últimos años de su vida, cuando ya era un anciano venerable, tuvo que soportar campañas de desprestigio y algún escrache. Pero esta vez las críticas vienen de un historiador de prestigio, nacido en Liverpool y no implicado, por tanto, en la siniestra dialéctica cainita de las dos Españas.

Preston presenta, y documenta, a un Carrillo traidor al PSOE --y en especial a su mentor, Largo Caballero -- en los últimos años de la República; a un taimado burócrata nada heroico y al servicio de los dictados de Moscú durante la guerra civil; a un implacable estalinista en la posguerra, que no dudó en eliminar en sentido físico a adversarios de dentro del partido, tras impulsar purgas y terribles campañas de descrédito; a un trepa de la política instalado en París y con escaso conocimiento de la realidad de la España de los años 60 que arrojó a las tinieblas a dos brillantes intelectuales y activistas comunistas de la época, Jorge Semprún y Fernando Claudín ; a un dirigente que, ya con el PCE legalizado, fue incapaz de aceptar la crítica a su gestión. Preston solo salva, y de aquella manera, su papel en la transición a la democracia. Pero el resultado de la deconstrucción resulta demoledor.

Pero El zorro rojo no es solo una biografía de un personaje maquiavélico e irrepetible. Es también un repaso brillante de un trozo de la historia de España más descarnada. Todo el dramatismo del siglo XX late en unas páginas que muestran con aspereza la cara más cruel de la política: cuando la lucha por el poder se convierte en una batalla a vida o muerte.