Escritor

Querido Zacarías García Calle, vecino de página, te agradezco que en tu artículo del sábado pasado (titulado con elocuencia: Leer ) hicieras una alusión no tanto a mí como al fomento de la lectura que es la tarea que uno se trae entre manos a costa, por aquello de lo absorbente, de que acabe paradójicamente con dos de mis vocaciones, que se pueden encerrar en una sola: la del lector que escribe libros. La otra, la de maestro de escuela (una vocación coincidente en nuestro caso), quedó también aparcada, siquiera sea de momento, a la busca de otros empeños profesionales que, a pesar de los intentos de "los alcaldes rudos que nos regresan al aldeanismo", como tú bien dices, no puedo sino recordar con la alegría del deber cumplido.

He dicho en alguna ocasión que entre las muchas divisiones que se pueden establecer entre los seres humanos, en función de colores, razas, geografías, etcétera, hay una muy simple: la que los clasifica entre lectores y no lectores. Es una mera convención, lo sé, pero que tiene sus consecuencias. No quiere esto decir que los lectores sean mejores personas que los que no leen. Siempre recuerdo a este propósito el comentario de Steiner acerca de los nazis que después de leer un elevado poema de Rilke eran capaces de irse a gasear judíos. Todos, por otra parte, conocemos a hombres y mujeres excelentes, a las que queremos, que jamás leen un periódico o un libro. Con todo, en la vida corriente, uno se entiende de un modo distinto con aquellos que son lectores habituales y con los que no lo son. Sin necesidad de hablar de libros, por supuesto. Quiero creer que nuestra visión del mundo depende de cosas como éstas. De ahí, tal vez, nuestro empeño por incitar a la gente a que lea. No dudo que nuestra pasión moleste a algunos, pero que entiendan que queremos lo mejor para ellos, esto es, que comprendan que gracias a los libros la más anodina de las vidas puede convertirse en algo excepcional y único; que la lectura nos permite vivir mejor y más intensamente.

Si todos los políticos leyeran (son muchos los que por fortuna lo hacen, el ejemplo lo tenemos cerca), guerras inadmisibles como la de Irak ni siquiera se plantearían. O eso ingenuamente suponemos, persuadidos de que leer, en el fondo, nos hace, si no mejores, sí más lúcidos y sensatos. Ah, la pereza mental a la que aludes, ésa que le hace al hermano de Bush dirigirse a Aznar como presidente de la República de España. (Más allá del desliz, la monarquía habrá ganado sin duda adeptos).

Lo dije antes y lo repito ahora, en plena consonancia con lo que tú escribes: que se lean, para empezar, los periódicos. Más ahora, cuando la televisión y algunas cadenas de radio al servicio del poder manipulan hasta la vergüenza y el hartazgo la información. Sobre la guerra, sobre el Prestige o sobre lo que caiga. La lectura también nos redime de todo eso porque nos hace más críticos. No en balde ha sido perseguida y denostada durante siglos.

Ahora bien, ahí tenemos el caso de nuestro empecinado presidente, al parecer lector voraz, para que los enemigos de la lectura y del libro nos desmientan y nos queden con nuestros sesudos argumentos al aire. Sí, siempre hay excepciones, podemos alegar como torpe excusa. Qué más quisiera, querido Zacarías, que poder salvar al mundo de una guerra anunciada por los analfabetos de la historia. Eso no obsta para que, como buena parte de los escritores extremeños, haya firmado un manifiesto contra ella. Un manifiesto que, seguro, éstos iletrados no leerán.