Estimadísimo señor: le escribe un simple siervo de su reino, un humilde trabajador autónomo, un proletario del siglo XXI sin derecho laboral alguno, sin derecho a enfermar ni a cobrar finiquitos, un hombre que hipoteca su patrimonio --no para comprar una casa, sino para generar empleo y riqueza--, un servidor de usted que ejerce gratuitamente de recaudador de impuestos. Sepa, por cierto, que ya estoy cansado de tantos impuestos; los tenemos europeos, nacionales, autonómicos, y locales.

Soy un siervo, insisto, cansado de pagar un sinfín de tasas, cuyos nombres no logro recordar. En contrapartida, vemos cómo está vacío el Parlamento Europeo (eso sí, con los traductores en línea), tenemos noticia de gastos en limusinas, infinidad de chóferes oficiales, ayudas a los banqueros que se reparten entre ellos y, en general, una clase política que no está a la altura. El fin de esta carta es solicitarle humildemente que lea los libros de historia, que analice lo que ocurrió cuando otros señores feudales han apretado al pueblo y lo han matado de hambre mientras ellos vivían en otros mundos, en batallas políticas absurdas --con espías incluidos--, bañadas de intereses personales y malgastando su dinero. Ya lo dice el refrán: Dios aprieta pero no ahoga. Pero, con todos los respetos, permítame decirle que usted no es Dios.

J. C. Rodríguez **

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