Mucho de los mejores planes ocurren por casualidad, lejos de cualquier proyecto, invadiendo nuestros días de forma improvisada. Sumemos que el escenario era de los mejores, Plasencia, pero lo cierto es que las condiciones no «acompañaban». Cruzarse la plaza a las tres de la tarde con las gafas de sol como única e irrisoria arma puede ser calificado de temeridad. Fuego en las piedras, un nuevo deporte de riesgo.

El refugio de un buen restaurante (con aire, por favor) era la mejor invitación. Si lo riegas con buenos amigos y unas de esas conversaciones en las que se permite mucho, blindadas por la complicidad, te olvidabas por un momento hasta del móvil y del estruendoso calor.

La política, regional y nacional, fue parte de la sobremesa y reconozco que me llevé una sorpresa: nuestros discursos se están endureciendo. Si los que me rodearan fueran otros, quizá ni lo hubiese notado. Así que me sorprendió que gente de naturaleza templada, poco dados al discurso fácil y dejarse llevar por simplicidades, extremasen sus posiciones en temas capitales como la inmigración, la corrupción o Cataluña. Como hay amistad de las antiguas, lo hice notar y por (sana) respuesta percibí el cansancio hacia la dejadez institucional y el juego de manos político.

No es ninguna novedad que la política ha pisado el acelerador dialéctico. La fallida salida de la crisis ha azotado un populismo que se ha valido de discursos sencillos que apelan poco a la lógica y más a las vísceras. A pocos se les escapa que ese fue lo que espoleó el nacimiento de nuevos partidos en todo el espectro, el germen de Podemos y, en menor medida, Ciudadanos. Claro que no hablamos de un fenómeno español: Trump practica la presidencia digital y la «nueva» Italia parece gobernarse a golpe de encuesta televisiva.

Y el resto de partidos se ha visto «obligado» a subir la apuesta. ¿Se asombran de que Casado recupere un discurso a la derecha del lugar que ocupaba hasta ahora el Partido Popular? Pues es exactamente la misma táctica del socialismo de Sánchez, empeñado en la pelea ideológica de no perder la izquierda a manos de Podemos. Pero la pregunta que me hago es: ¿son los partidos los que excitan los ánimos de la calle o estamos retroalimentando esos discursos?

Las redes sociales son una ampliación del campo de batalla y por ahí puede que tengamos (parte) de la respuesta. Cuando Pablo Casado habla del problema de «millones» (sic) de inmigrantes africanos sabe que está jugando con la exageración y engrandeciendo el asunto para sacar rédito de la indignación privada. Pero los «suyos» salen a defender en masa al nuevo líder sin contrastar números (desde 2007 habrán llegado y mantenido en España poco más de 250.000 inmigrantes) ni diferenciar entre refugiados y resto de inmigrantes. Por no hablar de hacer un análisis realista de la inmigración en nuestro país.

Cuando Sánchez exhibe (una vez más) su ya legendaria jeta y evita a toda costa hablar de los casos de corrupción y clientelismo de su partido que han salido a la luz desde su gobierno, deliberadamente rompe su noble intento de erradicar la corrupción cuando presentó la moción de censura. Porque todo era un juego de poder, donde la limpieza de las instituciones era poco más que un pretexto. ¿Qué recibe de los suyos? Todo tipo de parabienes, asumiendo que es mejor que roben los «tuyos» (tremenda concepción) y sacando la calculadora de la indignidad. Iglesias, al fin, se saltó a la torera toda coherencia ejerciendo su legítima y muy valorable libertad de decisión (ejerciendo un higiénico «capitalismo» de libro) con la compra de su nueva casa y, de paso, llevándose por delante coherencia y relato. Pero obtuvo el respaldo mayoritario de los suyos.

Esa y no otra es la clave: los partidos elevan el tono y quiebran continuamente sus propios principios porque les damos carta blanca. No aprendemos: seguimos pensando que detrás de todo movimiento político hay mucho más de lo que se ve. Y lo que vemos es una carrera por el poder. No por nada estamos viviendo en una permanente (y carísima) campaña electoral, liderada por un gobierno rehén de propios y ajenos.

Veremos crecer la espiral de discursos, ya verán. Pero no me deja nada tranquilo pensar que el origen, quizás, seamos nosotros.

*Abogado. Especialista en finanzas.