XLxlegué con tiempo, a sabiendas de que merecería la pena recorrerla despacio a esa hora ya pronto violeta, la del crepúsculo. Y así lo hice. Recorrí sus calles, franqueé sus puertas, observé sus casas, miré a sus gentes... El paseo terminó de momento en La Plaza, un sitio y un bar, frente al imponente edificio (como tantos aquí) del ayuntamiento. Unos cuantos parroquianos contemplaban absortos en la tele una corrida de toros, otra redundancia oliventina que no ha dejado de ser, valga el ripio, una villa de tradición taurina. Poco después, estaba en el patio del castillo, otro lugar característico, uno entre muchos, del rico patrimonio artístico de la villa. Y allí, la Feria del Libro. La Feria, preciso, y la Semana porque se les ha quedado pequeño lo del Día. Esta localidad fronteriza es, en este sentido, una adelantada. El año pasado se firmó en el marco de esa misma fiesta el Pacto Oliventino por la Lectura que no es sino llevar al ámbito local lo que para toda la región simbolizó el Pacto Extremeño por la Lectura. Para ello, implicaron a entidades públicas y privadas y, todos a una, se comprometieron a fomentar la lectura en Olivenza. Hace apenas dos semanas, la concejala de Cultura del ayuntamiento de Gijón y el coordinador de sus bibliotecas municipales (12 con 60.000 carnés de lectores expedidos), el bibliotecario y editor Carlos Espina, nos comentaban que, siguiendo también el modelo extremeño, van a hacer lo propio el año que viene en la ciudad asturiana.

Estas aventuras no surgen porque sí. Dependen de personas concretas que saben tirar del carro y que se comprometen seriamente con sus obligaciones profesionales, sí, pero también con sus pasiones particulares. En Olivenza, esa tarea le corresponde desde hace años a Luis Alfonso Limpo, un hombre polifacético que basa su meticuloso trabajo en el amor por su pueblo y en sus amplias aficiones culturales. Pero tampoco eso basta. Sin el concurso de la política difícilmente podrían llevarse a cabo éstas y otras iniciativas. Para eso existen alcaldes como Ramón Rocha, políticos sensibles al hecho cultural que lo demuestran con su apoyo a ese tipo de empresas no tan lucidas y populares, tal vez, como otras actuaciones municipales, pero necesarias para cualquier ciudad que merezca tal nombre. No digamos si esa ciudad soporta con orgullo, como es el caso, el peso de siglos y siglos de bienes patrimoniales de inequívoco sesgo artístico.

El caso de Olivenza debería servir de ejemplo. Por suerte, no es el único. La Feria se monta en una sala del castillo y la representación, en su modestia, era significativa: un librero de la localidad ("Venero", que suele surtir de libros a uno de sus vecinos, avezado lector: el presidente de la Junta), otro "de viejo" (la librería "Arias Montano" de Badajoz) y uno portugués, "O Livreiro de Elvas", Joaquim Lavadinho. No, no se trata de resucitar antiguas pendencias sino de reconocer una riqueza irrenunciable, una fluencia que ahora es natural en el resto de la Raya y que en Olivenza fue siempre efectiva.

Tras dos meses intensos, en los que uno ha recorrido miles de kilómetros por las carreteras extremeñas (las más que correctas secundarias y tercermundistas nacionales, como la 630) a la busca y captura de las Ferias del Libro, no puedo por menos que reconocer que el panorama ha cambiado. No estamos hablando ni de ferias de chicha y nabo, ni de presuntuosos festejos comerciales con damas de alta alcurnia metidas a escritoras y estentóreos autores de best-séller. Hablamos de auténticas Fiestas de la Lectura que sacan por unos días los libros a la calle pero que en realidad reflejan el trabajo callado y constante de días, semanas y meses en los que la literatura brilló con luz propia en el corazón y en la cabeza de muchos lectores invisibles.

*Escritor