Querida camarada: veo ante mis ojos un extraño campo de batalla, con soldados vestidos de paisano que no saben que son soldados, con víctimas destruidas por las intangibles tormentas financieras del desierto neoliberal y, en fin, con restos de sangre blanca que no computa como sangre derramada por ningún ejército.

Hay decenas de miles de trabajadores de las cantinas que son llamados a sus puestos de labor unas horas antes de comenzar la jornada; no reciben horarios semanales cerrados, así que no pueden contar con tiempo para sus seres queridos; no cobran horas extraordinarias y su nómina apenas si alcanza para pagar los gastos de subsistencia.

Cuando podemos acercarnos a las plazas de las ciudades es fácil observar multitudes congregadas para defender sus derechos y libertades. Entre las últimas, merecen especial mención en esta corta misiva la de las mujeres y la de los trabajadores en edad de jubilación.

Las primeras gritan con rabia para que los varones las dejen de matar, violar y humillar en la desigualdad; los segundos exigen que el dinero aportado durante sus vidas laborales sirva para lo que estaba acordado, es decir, poder disfrutar de una vejez digna y tranquila. A pesar de la justicia de ambas reivindicaciones, nada indica que a medio plazo vayan a ser satisfechas.

Nos llegan noticias de que en el noreste del país se ha puesto en marcha una singular insurrección fascista disfrazada de espíritu libertario, en la que solo los que dan prueba fehaciente de catalanidad son aceptados como ciudadanos, mientras que el resto no merecen el respeto de su presidente, ni de su parlamento, ni de la mitad de sus políticos, ni de los medios de comunicación públicos. El Gobierno de la nación espera que la sedición amaine mientras apenas un puñado de audaces nos atrevemos a decir que estamos ante un golpe de estado totalitario que hay que frenar sin complejos con todas las herramientas democráticas.

Centenares de miles de ciudadanos se encuentran inmersos en procesos judiciales para recuperar el dinero perdido en contratos hipotecarios, productos financieros y estafas piramidales. Aparte del dinero desaparecido directamente por estas vías, está la pérdida de poder adquisitivo y los recortes en servicios públicos; además, el Estado ha tenido que utilizar buena parte del dinero proveniente de los impuestos para salvar multitud de empresas privadas, entre ellas casi todas las entidades bancarias.

Este es, querida camarada, el rastro de la cruenta batalla tras el estallido de la crisis económica internacional de 2008, en la que los poderes económicos vencen sin matices a los poderes políticos democráticos. La avanzadilla de la que formo parte, integrada por un exiguo grupo de soldados valientes, intenta convencer a los demás de que en efecto estamos ante una batalla. Tras la toma de conciencia, quedaría por construir el armamento intelectual, el armamento moral y el armamento emocional.

Las instituciones, que deberían emplear todos sus recursos materiales y humanos en ello, apenas si pueden respirar, asfixiadas por los gigantes financieros y la camisa de fuerza del sistema mundial. El poder judicial se arrastra pesadamente para castigar la corrupción rampante, el poder legislativo padece la inestabilidad del nuevo multipartidismo y el poder ejecutivo tan solo parece reaccionar obligadamente ante las urgencias.

A esto debes sumar que todos los datos que nos llegan indican que vivimos en uno de los veinte mejores países del mundo. No hay escapatoria.

Así que hoy, tras leer sobre la última mujer asesinada, sobre el último corrupto detenido y sobre el último mal juicio celebrado, me he acordado de ti y de tu ambicioso proyecto para reformular el modo en que los seres humanos deben amarse. Cuando leas estas líneas quizás estemos a pocas horas de encontrarnos, al tiempo que se celebran los siete años de aquel levantamiento en las plazas de España que compartimos sin conocernos. Espero que entonces nos podamos contar los avances, tú en ese nuevo amor igualitario que será imprescindible en la catarsis, y yo en esta maldita batalla fantasma. Quizás entre los dos solo podamos construir la ilusión de un futuro pero, al menos, brindaremos por el enésimo aplazamiento de la revolución pendiente.