IGLESIAS Y JUNQUERAS

El hombre de Lledoners

Juan Fernando Ramón Sánchez // Torremayor (Badajoz)

El séptimo arte siempre nos ha hecho viajar sin movernos de la cómoda butaca de patio o del confortable sofá en casa. A pesar de ello por un momento hemos sido héroes o villanos, incluso a los más distraídos nos ha permitido conocer alguna obra literaria sin necesidad de leerla.

Uno de los muchos ejemplos ha sido El hombre de Alcatraz, protagonizada por Burt Lancaster y que cuenta la vida del prisionero Robert Franklin Stroud, quien durante su cautiverio permaneció criando canarios e investigando sobre el tratamiento y las enfermedades de las aves. Tras su estreno la opinión pública pidió la liberación de Stroud ignorando que era un asesino. Pero desgraciadamente según nos cuenten la historia así la vivimos.

En esta ocasión es otra prisión menos inexpugnable y sin dudas más cómoda que Alcatraz, la que acapara la actualidad, la cárcel de Lledoners.

En una escena más propia del esperpento que del thriller, Pablo Iglesias se reúne con El hombre de Lledoners, seguro que daría para una película, con el preso Oriol Junqueras para tratar la aprobación de los presupuestos generales de un Estado al que no respeta al haber participado presuntamente en un movimiento secesionista que atenta contra la Constitución. Un ejemplo más de cómo poner a la zorra al cuidado del gallinero.

No resulta extraño que como en el caso de Stroud, una parte de la opinión pública pida la liberación de Oriol, ignorando su presunta actividad delictiva.

Sin embargo, lo que resulta al menos extravagante es que en estos tiempos que corren los temas de Estado se traten desde la prisión y con presuntos delincuentes.

El guionista de cine Noel Clarasó decía que «un hombre de Estado es el que se pasa la mitad de su vida haciendo leyes, y la otra mitad ayudando a sus amigos a no cumplirlas», seguiremos expectantes para ver como termina este grotesco filme.

LOS JÓVENES

Dejarse la piel

Lorena Barrera // Barcelona

Mirando las noticias, he sentido impotencia y a la vez rabia. Decían que muchos jóvenes estamos en riesgo de pobreza, porque no sabemos si al acabar la carrera tendremos trabajo o si cobraremos lo suficiente para vivir. Nosotros, sí, la generación pegada a las pantallas, pero llena de ambición y con ganas de comernos el mundo. Aquellos a los que formarse mucho no les asegura tener nada. Aquellos que se dejan la piel en su intento por perseguir sus sueños. A todos ellos, a todos nosotros, quiero recordarles, recordarnos, algo importante: «Si das mucho es porque eres mucho».